martes, noviembre 21

La diplomacia

Siempre que hablamos de diplomacia pensamos que es dar la razón a todos para mantener la balanza equilibrada en las relaciones sociales. El diplomático no sé si nace o se hace a fuerza de mantener una estética/estática tras sufrir escarnios transversales, que ocurren en muchas ocasiones, pero sin romper el protocolo que se exige para cada situación. De una manera coloquial, los diplomáticos suelen dar la impresión de que no toman partido. Son las ideas de sus gobiernos las que deben defender, partiendo de la base de que cada uno tiene razón; para eso se necesita calma y conservar la moderación, mientras dure el dialogo.

El diplomático prestará, o al menos eso da a entender, la atención a todos sin excepción. Se llama plenipotenciaria al tener íntegras atribuciones, siempre de acuerdo con las leyes del derecho internacional.

Convencer y desaconsejar establece, a juzgar por la tradicional tesis, el objeto de la diplomacia; ésta actúa siempre desde la parte exterior de un gobierno. No es exactamente política pero a través de ella se llega a funciones totalmente políticas, las llamadas de guante blanco, para ello utilizan una conducta refinada mezclada con un civismo disfrazado a través de una expresión habilidosa y una autenticidad relativa. Con tacto, sin agravios, para no ser recusado como persona non grata y que no se le conceda el plácet del Estado receptor.

Se ocultan sobremanera intenciones, para el logro de intereses, pero sobre todo se goza de inmunidad. Todo esto a través de un protocolo, conjunto de un ceremonial diplomático que intercambia información a través de valijas. Pero sobre todo se tiene en cuenta no proceder de forma que el gobierno pudiera caer en un ridículo internacional.

Siempre se ha hablado del arte de la diplomacia. Arte que reconcilia a través de mensajeros una negociación vital para un Estado con otros. Es una carrera de vocación puesto que tendrán que estar la vida entera como nómadas, de nación en nación.

Pues bien, grosso modo , esto nos lleva a entender lo que es la diplomacia.
Pero hay que diferenciar claramente que la diplomacia no es picaresca. En ésta la figura vital es un pícaro huérfano y desprovisto de principios morales, pero víctima de la sociedad a cuya costa pretende vivir. Hay políticos que, dadas sus dotes de convicción, nos quieren hacer ver que España va bien, que no existe desempleo, que nuestros soldados van allende nuestras fronteras en situaciones de paz, que el terrorismo pronto será erradicado, que no existen corruptos a estas alturas dentro de la política; los que llenan las páginas de los periódicos continuamente por prevaricación de ciertos ejemplares en muchos municipios son sólo casos aislados, la culpa de muchos errores políticos nunca es del gobierno de turno sino de los otros, las cadenas estatales de televisión están dando un alto nivel de programación con respecto a las otras, la política exterior (véase diplomacia) es correcta ahora, que la ley de Ordenación Universitaria (LOU) es acertada al igual que la ley de Educación Andaluza (LEA...) que...¿qué? ¿habrá quién la LEA?

La picaresca se ha definido muchas veces como latrocinio, estafa, pillaje, etc. Existen verdaderos leguleyos que analizan las leyes buscando solo los fallos que puedan tener para poder utilizarlos en favor propio. Decía Aristóteles : "la democracia puede fácilmente degenerar en tiranía, esperemos que la conciencia prevalezca antes de caer en ella".

No debemos abordar siempre el amplio abanico de la diplomacia, que actúa de formas no muy concretas en el día a día; si existe un protocolo dentro de la diplomacia y este se lleva a la política, debe ser exacto y no hacer conjeturas cuando nos referimos al auténtico estado de cómo está la nación. ¡Nuestra nación! La defensa de unos intereses políticos no se debe hacer con un ataque desmesurado a otras ideologías. De todo se puede aprender.

También existen diálogos en los que se puede llegar a una solución para todos. No podemos olvidar que el estar en los escaños es por decisión de los ciudadanos, no para aferrarse a ellos con el miedo a perderlos, no con el ansia de conservarlos... Se supone que los servidores del Estado están para servir y no para servirse.
Fuente: Córdoba
Por Álvaro Morales