lunes, marzo 17

Margarita Ruiz Schrader, Ex jefa de Protocolo del Ayuntamiento y presidenta del INET: «Detrás del poder, hay un ser vulnerable»


CÓRDOBA. Conoce las tripas del poder como la palma de su mano y en su memoria guarda anécdotas que harían tambalearse a alcaldes y consejeros. Pero Margarita Ruiz Schrader se muestra exquisitamente discreta y reservada. Para alivio de muchos. Fue jefa de Protocolo del Ayuntamiento de Córdoba durante nada menos que 22 años y ahora contempla la vida municipal desde su espléndida jubilación al frente del Instituto de Estudios Transnacionales.
-¿Para qué sirve el protocolo?
-Goethe decía que el protocolo es la política. Sirve para armonizar las relaciones entre los estados y entre las administraciones de un estado.
-¿Y ha visto muchas chispas entre las administraciones públicas?
-Hombre, a veces. Visto ahora, a distancia, me parece tan poca cosa. Te llevas tus sofocones, pero realmente no merece la pena.
Margarita Ruiz Schrader accedió a la jefatura de Protocolo casi por casualidad, en 1985, cuando la Alcaldía de Córdoba prácticamente acababa de ver la luz a la democracia y el poder local se desenvolvía aún con la bisoñez de un recién llegado. Eran otros tiempos y los concejales del PCE se llevaban regular con los formalismos y las obligaciones del protocolo. Como en aquel homenaje solemne a don Rafael Castejón y Martínez de Arizala, eminente veterinario y arabista, en que los ediles se presentaron en pantalones vaqueros y chaquetas de pana. Margarita Ruiz tuvo entonces que hacer uso de su cargo y protestó ante el alcalde, Julio Anguita, por lo que consideraba una falta de consideración. «La próxima vez», contestó cumplidamente Anguita, «me avisa usted con tiempo y aviso a los muchachos».
-Usted ha dicho alguna vez que Anguita le enseñó mucho.
-Sí. Por su manera de ser.
-¿Pero Anguita es una persona que se acomoda a los formalismos?
-Él sabía que la forma es la que da el contenido. Yo he trabajado muy bien con él. Y aunque no le interesaban las formas, no las incumplía por incumplirlas.
Bombas sobre Berlín
Nació en Valladolid en una fecha que prefiere mantener en la reserva. De madre alemana y padre diplomático cordobés, su infancia transcurrió en Berlín, en los años dramáticos de la II Guerra Mundial. Margarita Ruiz es de las pocas personas que presenció el resplandor de las bombas aliadas cuando asediaban al régimen delirante de Hitler meses antes de su hundimiento. «Vivíamos en las afueras de la ciudad y los bombardeos allá a lo lejos parecían fuegos artificiales. Una cosa muy espectacular. No tengo noción de sentir miedo ni sé hasta qué punto esos recuerdos eran absolutamente reales».
Tenía entonces apenas cuatro años y la memoria a esa edad es apenas una nebulosa imprecisa. Sí recuerda con nitidez, en cambio, la evacuación hacia Suiza en un vehículo con los faros semitapados para evitar ser interceptados. En el país helvético permaneció dos años y posteriormente su familia se trasladó a Holanda, donde vivió hasta los 15 años de edad. Es esa vida azarosa la culpable de que Margarita Ruiz Schrader domine con absoluta destreza hasta cinco idiomas.
Su padre acabó instalándose en Córdoba y trabajó en la granja del Estado. Aquí estudió quinto y sexto curso de bachiller hasta que empezó a trabajar en el hotel Meliá, donde llegó a ser subdirectora. «Había veces en que llegaba a trabajar hasta 48 horas seguidas, así que pillé una anemia. Fue una experiencia muy dura». Poco después, le encargaron la organización de una conferencia internacional para el Ayuntamiento. Y se quedó. «El secretario del alcalde hacía las funciones de protocolo. Entonces había muy pocos actos públicos, pero todo ha ido creciendo y se ha hecho más mediático. Ahora hay cuatro personas, y son pocas».
-¿Y es necesaria tanta formalidad?
-Si es necesaria objetivamente, no sabría decirle. Pero ellos la necesitan. Los procedimientos son fundamentales para el respeto mutuo y son indicativos del contenido. Nosotros somos como los tramoyistas: hay que poner la puesta en escena, la distancia, la colocación. Trabajamos con el eje espacio-tiempo.
-¿Y tuvo que aprender mucho allá por 1985?
-Sí. En protocolo hay cuatro reglas. El resto es experiencia, experiencia, experiencia y sentido común.
-Hay quien dice que el protocolo es la gestión de las vanidades ajenas.
-No, no. El protocolo regula las relaciones dentro del Estado. Las relaciones palatinas, del poder. Lo demás son relaciones públicas.
-Pero, ¿se ha encontrado muchas vanidades en pugna detrás del protocolo?
-Sobre todo quienes no les corresponde estar. Con quienes tienen su sitio por normativa legal, no hay problema.
La entrevista tiene lugar en la Casa Sefarat, donde fue homenajeada su madre hace escasas semanas con ocasión del Día de la Memoria del Holocausto.
-¿Cómo es el poder en la trastienda?
-Tan humano como cualquier otra actividad.
-¿Y qué ha visto más ahí dentro: grandezas o miserias?
-He visto de todo. He conocido a gente extraordinaria y otra no tan extraordinaria.
-¿Se lleva muchos secretos a su casa?
-Yo no los llamaría secretos. Cualquier profesión tiene su margen de discreción.
-Será consciente de que podría escribir un libro muy divertido sobre lo que ha vivido ahí dentro.
-Yo he escrito mucho en un periódico local. Y a buen entendedor que entienda. Si le digo la verdad, las anécdotas y los comportamientos de la gente no me interesan demasiado. Del protocolo me llama la atención la psicología y las relaciones del poder.
-El estrés va con el oficio, se supone.
-Puedes tener estrés pero nunca en el momento del acto. Eso te lo comes. Cuando comienza la función, tenemos que ser invisibles.
-¿El protocolo es la máscara del poder?
-Se retroalimentan mutuamente. El poder necesita del protocolo para manifestarse y el protocolo, a su vez, refuerza el poder.
-¿Ha visto mucho mordisco por figurar en la foto?
-Sí, pero no hace falta trabajar en protocolo para verlo. Aunque no tantos como dicen. Lo que pasa es que las anécdotas se magnifican.
-¿Quién de los cinco alcaldes con los que ha trabajado temblaría ante sus memorias?
-Creo que ninguno.
-Dígame una frivolidad del protocolo.
-Es muy poco lo que regula el protocolo. Lo que pasa es que hay una parafernalia alrededor que se adjudica al protocolo.
-¿Qué ha aprendido en la cocina del poder?
-Que el poder es muy humano. Son vulnerables como cualquier persona.
-¿Se ha encontrado mucho cursi ahí en la trastienda?
-¡Sí, muchos! Es el reflejo de la sociedad.
-Pero el poder envenena a las personas.
-Puede envenenar a las personas, pero no todas se envenenan.
-¿Y le ha dado voces algún alcalde?
-Sí, pero eso me lo guardo.
-¿Echa de menos el trajín del Ayuntamiento?
-De vez en cuando. Para mí ha sido un trabajo apasionante. Cuando me fui, hubiera preferido una despedida más cercana, un cóctel de pie. Yo quería otra historia.
-Con menos protocolo.
Fuente:ABC