BLANCA Y RADIANTE VA LA NOVIA…, o al menos eso cantaba José Guardiola por los años sesenta del pasado siglo, poniendo voz a un tema de Prieto que sirvió para emocionar a más de una fémina en lo que eufemísticamente se daba en llamar "el día más feliz de tu vida". Hoy las cosas han cambiado, las mujeres no se casan como en esa época, no se lleva el blanco como símbolo de pureza y mucho menos se piensa que es para toda la vida. El color blanco ahora se está reservando para esas damas de la política que presumen de lo inmaculado de sus acciones y de falta de educación en las grandes solemnidades. Da igual que se sea ministra, alcaldesa, consejera, directora general, consorte de, que no lo señale la tarjeta o que se argumente desconocimiento. Una señora con clase jamás se presenta en un "Traslado de Pendón", en un "Oficio Religioso Solemne", en la "Apertura de Curso Universitario", en su "Toma de Posesión", o en una audiencia con su Santidad, vestida de blanco, licencia que tan solo se concede en el protocolo del Vaticano a las reinas católicas.
La sobriedad debe ser la línea que marca las apariciones públicas en los casos señalados con anterioridad, máxime si la ceremonia encierra un ceremonial tan antiguo como el de las universidades españolas, o entraña el respeto que se le debe a cualquier pueblo simbolizado en su bandera o pendón, en la solemnidad de sus fiestas mayores o en actos oficiales de carácter general, en el que la dama en cuestión representa al poder ejecutivo. No hay que olvidar que: la costumbre y la tradición tienen rango de norma en protocolo, así que a la hora de asistir a un acto público en el que va a ser observada por lo que representa, se debe cumplir tácitamente con la norma, dejando el diseño y la originalidad para la vida privada. El negro es siempre la mejor opción pero llevado en líneas rectas, sin transparencias, sin lentejuelas ni escotes pronunciados, sin abalorios superfluos, pocas perlas si es en verano, siempre con medias y zapato de salón, con talón o sin él, pero con los dedos cubiertos.
Y si por mala educación se entiende el ir de colorines, y ejemplos tenemos varios, mucho más lo es el adoptar el comportamiento que veíamos hace pocos días a un director general de nuestro Gobierno de Canarias, el cual jugaba con el móvil mientras hacía que escuchaba los discursos, una fórmula que probablemente le impidiera adormecerse emulando a su compañero de asiento, un consejero del Cabildo que, cuanto más profundo se hacía el sueño, adoptaba una postura corporal más displicente. Más de uno nos preguntamos qué pasaría si comenzaba a roncar. Afortunadamente no fue así ya que abandonó el acto sin que éste concluyera.
Es humano y se entiende que el sopor y el cansancio afecten a cualquier persona, algo que debería tenerse en cuenta a la hora de redactar un discurso, intentando ser más concretos en las exposiciones, y hacer suya la máxima que reza: lo breve, si breve, dos veces bueno. También a la hora de organizar un acto se debe limitar el número de intervenciones, sobre todo, si el tono de voz de alguna de ellas es suave, excesivamente plano, sin modulaciones, lo que arrulla al público y hace lento el desarrollo del mismo.
Pero el colmo de la falta de educación para un cargo público es llegar tarde a un acto al que se ha confirmado su asistencia, obviando al responsable de protocolo que lo organiza y faltando el respeto a quien le invita. Es de mal gusto ver las tarjetas pender de los respaldos de unas butacas vacías, máxime cuando se representa a una alta institución, lo que impide al profesional de protocolo el sentar a comodines, dado que se tiene que aplicar el correspondiente reglamento de precedencias. Por otro lado, siempre está el soberbio de turno, el que avisa de su presencia a última hora, el que exige que se le coloque en un lugar determinado en razón de su cargo, más por ego personal que por a quién o qué representa. Anécdotas para ilustrar este texto hay muchas pero, en este oficio, la discreción más que una cualidad es un deber.
Por último señalar que la máxima etiqueta civil es el frac, que en las señoras se corresponde con el vestido largo, y en los militares equivale al uniforme de gran etiqueta, pero que en ningún momento se equipara en las mujeres al pantalón y chaqueta, aunque ésta sea de un blanco inmaculado. Que tomen nota las damas de la política, dándose por aludidas aquellas que corresponda, pues el ganar unas elecciones o ser designadas para ocupar un cargo público, no da derecho a obviar la tradición y la costumbre de un lugar o institución, algo que está arraigado en un segmento social determinado y que no se debe ignorar de manera deliberada. Eso es un gesto de desprecio a los ciudadanos que representa y, tarde o temprano, su falta de clase le pasará factura. No se confunda, hay personas que no van con discursos populistas, excursiones y bocadillos de mortadela.
María del Pino Fuentes de Armas
* Titulada Superior Universitaria en Relaciones Institucionales y Protocolo
* Titulada Superior Universitaria en Relaciones Institucionales y Protocolo