El afecto de Benedicto XVI a España se manifestó ayer en el nombramiento de tres nuevos cardenales —de un total de 23 para todo el mundo— y en visibles muestras de cariño a Agustín García-Gasco, arzobispo de Valencia; Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, y Urbano Navarrete, antiguo rector de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, encabezó la delegación oficial española y fue recibida por el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, al término de la ceremonia celebrada en la basílica de San Pedro.
El Papa bromeó con Agustín García-Gasco al imponerle la birreta cardenalicia, y respondió divertido a los comentarios de Lluís Martínez Sistach cuando se la imponía al arzobispo catalán. Al acabar la ceremonia, Benedicto XVI saludó sonriente al nuevo cardenal dirigiéndole una sola palabra: «¡Barcelona!».
Según el cardenal Sistach, la incorporación de tres nuevos purpurados de nuestro país «es un signo de afecto de Benedicto XVI hacia España». Durante la ceremonia, el nuevo purpurado sentía «agradecimiento a Dios, al Santo Padre y a todas las personas e instituciones que me han ayudado» en la formación sacerdotal.
El arzobispo de Barcelona manifestó su emoción por haber participado el viernes en el encuentro de todos los cardenales del mundo con Benedicto XVI para estudiar el camino hacia la unidad de los cristianos. Según Martínez Sistach, «aquí se ve una Iglesia viva y distinta. No se puede juzgar a la Iglesia con una óptica local, pues es universal».
La predilección del Papa se manifestó también en las iglesias encomendadas a los nuevos cardenales. Lluís Martínez recibió la titularidad de la iglesia de las Catacumbas de San Sebastián, una de las más importantes de Roma, verdadera joya no sólo religiosa, sino también cultural y arqueológica.
El arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, fue hecho titular de la iglesia de San Marcelo en la Vía del Corso, la antigua Vía Flaminia, donde se encontraban la iglesia doméstica de la noble señora Lucina. El emperador Majencio la convirtió en establo, arrestó al Papa Marcelo (308-309) y le obligó a cuidar sus caballos precisamente en la iglesia profanada. Después de que Constantino derrotase a Majencio y publicase el edicto de tolerancia religiosa, los fieles reconstruyeron la iglesia y trasladaron al nuevo templo los restos mortales de Marcelo, que reposan en ese lugar hasta hoy día.
El padre jesuita Urbano Navarrete recibió a su vez la diaconía de San Ponciano. El antiguo rector de la Pontificia Universidad Gregoriana es un personaje de gran talla intelectual y Benedicto XVI le ha concedido la púrpura como agradecimiento público a los servicios que el jesuita turolense ha prestado a la Iglesia universal. Por contar ya 87 años, Navarrete no se incorpora al colegio de cardenales electores, formado por los de menos de 80 años.
La predilección de Benedicto XVI por España sitúa a nuestro país en el tercer puesto mundial en cuanto a cardenales electores, inmediatamente después de Italia, que llega a 22, y de Estados Unidos, que suma 13. Tanto España como Francia y Alemania cuentan ahora con seis y se sitúan «ex equo» en tercer lugar.
Emoción y alegría
El ambiente de emoción durante la sugestiva ceremonia y de alegría rebosante al término del acto contagió por igual a las delegaciones oficiales, a los amigos de los nuevos cardenales y a los peregrinos. Orgullosos de la distinción se manifestaron los regidores de Valencia y de Barcelona nada más salir a la Plaza de San Pedro. Para la alcaldesa de la ciudad del Turia, Rita Barberá, «el nombramiento de un cardenal para Valencia al cabo de 80 años es una gran alegría y reconoce el esfuerzo de la iglesia valenciana», que hoy constituye la segunda diócesis más numerosa en España.
El alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, interpretó el nombramiento cardenalicio de Sistach como «el reconocimiento de la Iglesia a la capitalidad de Barcelona, también en términos religiosos, y a la importante labor pastoral» del arzobispo, de quien destacó su «carácter humanista», y su servicio a los barceloneses.
El Santo Padre había querido celebrar la investidura en la Plaza de San Pedro, pero la inminencia de una tromba de agua obligó a trasladarla al interior de la basílica, donde sólo caben siete mil personas, mientras más de veinte mil peregrinos seguían la ceremonia desde la plaza mediante pantallas gigantes de televisión. Para sorpresa general, el Papa salió al atrio nada más terminar el acto para saludar a los fieles y agradecerles haber desafiado las inclemencias del tiempo «para acompañarnos y rezar con nosotros». El Santo Padre les dirigió unas palabras espontáneas y les recordó que «somos una familia y rezamos para que el Señor bendiga a estos nuevos cardenales al servicio de todos vosotros».
Homilía del Papa
Esa idea de servicio a los fieles y de fidelidad a Cristo «hasta el sacrificio de la vida si es necesario» centró la homilía del Papa, quien explicó también el sentido del vistoso color que dominaba la ceremonia: «El Señor os confía un servicio de amor a su Iglesia y a vuestros hermanos con una dedicación máxima hasta el derramamiento de la sangre como indica la fórmula para la imposición de la birreta y como hace visible el color púrpura de vuestra vestimenta».
Benedicto XVI impondrá hoy el anillo cardenalicio a los 23 nuevos purpurados. Se trata de un anillo de oro, regalo personal del Papa, quien lo impone recitando unas palabras que subrayan la unión con la sede de Pedro, el pescador de Galilea, martirizado por el emperador Nerón precisamente en el lugar donde hoy se alzan la plaza y la basílica, que entonces eran respectivamente un hipódromo y una necrópolis. El testigo mudo de las carreras de caballos y el martirio de miles de cristianos es el obelisco egipcio que hoy preside el centro de la plaza.