por Joaquín Morales Solá
Hay que tener un arte especial para ser príncipe heredero de una monarquía constitucional. En la noche del lunes, en una reunión muy pequeña con intelectuales, artistas y referentes políticos, el príncipe Felipe de España mostró esa destreza casi genética para saber indagar y callar. Nunca se le escapó, durante las dos horas y media que duró el encuentro, una sola definición que comprometiera políticamente a su persona o la de sus padres.
Ha dejado ya de ser el jovencísimo príncipe que vino a Buenos Aires a fines de los años 80. Se le nota a primera vista la madurez política e intelectual, que cultivó en varias universidades de España y de los Estados Unidos, y en su propia experiencia personal al lado de su padre, el rey Juan Carlos. Ha heredado la simpatía natural, casi campechana, de su padre y, al mismo tiempo, la rigurosa corrección de su madre. Cada una de sus preguntas y sus repreguntas en esa noche de inauguraciones políticas lo exhibió como un hombre informado hasta los detalles del país donde estaba.
La relación más antigua pareció tenerla con el presidente del Banco Central, Martín Redrado, que hizo un largo y pormenorizado análisis de la situación financiera internacional. Redrado sabe explicar los problemas y encontrarles, aun a los más complejos, una visión optimista. El príncipe le pidió a Redrado algunas precisiones propias de hombre entendido en los asuntos económicos.
Pero fue el actor Ricardo Darín, muy conocido en España, el que hizo la exposición más humana sobre la Argentina, sobre sus crisis y sus sufrimientos. "Me duelen, aunque los artistas trabajamos más cuando los argentinos necesitan del arte y del espectáculo para salir de la depresión", dijo, medio en broma, medio en serio.
El más jocoso de todos fue el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, que entró en cuestiones profundas por el sendero del humor; por momentos hizo reír a carcajadas al heredero de España. Sin embargo, las descripciones de Barcia aludieron a problemas fundamentales: la falta de la enseñanza del diálogo en la escuela pública, la escasez de palabras en el intercambio oral ("y eso que soy presidente de una Academia de Letras", subrayó), la decadencia moral de la televisión argentina y el retraso tecnológico en colegios y universidades, entre varios temas más de esa dimensión.
Barcia describió los problemas haciendo un juego permanente con las palabras y su doble sentido, que demostró que su cargo en la Academia no sólo le sienta bien; también se lo merece.
El flamante senador Daniel Filmus recordó que cuando él asumió como ministro de Educación, en 2003, el 70 por ciento de los niños argentinos estaba bajo la línea de la pobreza. "La prioridad era darles de comer antes que educarlos", memoró, con cierto dramatismo.
La vicejefa del gobierno porteño, Gabriela Michetti, hizo una exposición propia de ella: destacó la necesidad de una mejor relación entre los políticos que piensan diferente. "No me siento de izquierda ni de derecha, creo que esas ideas ya no gobiernan el mundo, y quisiera ver instalada una cultura del diálogo y de acuerdos entre los dirigentes políticos argentinos." La exposición de Michetti sintetizó de alguna manera una idea que se extendió durante casi toda la noche entre los argentinos: la Argentina necesita mejores instituciones y reconstruir su sistema de partidos políticos.
Una anécdota: Michetti comenzó preguntando cómo debía tratar al príncipe y si debía hacer alguna reverencia. "Alteza es la mejor forma de dirigirse a él", le recomendaron. Michetti empezó cumpliendo el ritual, pero terminó llamándolo "Felipe", a secas.
La ex ministra de Cultura de la Capital Silvia Fajre convergió en el pensamiento de Michetti cuando describió con precisión un país fragmentado geográfica, política y culturalmente.
El retrato del "vaso medio lleno", como ella lo resumió, le correspondió a Beatriz Nofal, jefa de la Agencia de Inversiones del Gobierno y economista respetada por la administración de Cristina Kirchner. Nofal comenzó con una referencia humana y sensible: "Me gustaría poder contarle a mi abuela española que estuve con el príncipe de España", le dijo a Felipe de Borbón, y la emoción cruzó fugazmente el rostro del heredero español.
Nofal ponderó, con las cifras de su memoria envidiable, las condiciones culturales, económicas y naturales de la Argentina. Describió las inversiones que grandes corporaciones tecnológicas hicieron en el país gracias al nivel educativo y cultural de los argentinos. Insinuó que habrá nuevas y mejores condiciones para las inversiones en la Argentina y se refirió explícitamente a la decisión del Gobierno de acordar su deuda en default con el Club de París.
El embajador de España en Buenos Aires, Rafael Estrella, hizo las veces de un cuidadoso moderador: dio la palabra y les advirtió a los que dejaban el tronco de los asuntos y se iban por las ramas de las palabras. Al final, la secretaria de Estado española para Iberoamérica, la inteligente y bella Trinidad Jiménez, cerró la noche con una visión confiada de la región: "Hace 20 años que vengo a América latina. La he visto pasar de la dictadura a la democracia. He visto sus crisis profundas y la he visto resucitar. Sé que ahora hay problemas graves en algunos países, no en la Argentina, pero sé que se superarán, porque se superaron conflictos peores", concluyó.
El príncipe Felipe ya se estaba quedando sin voz. Resultó aquejado de afonía por el abrupto cambio entre el frío otoño madrileño y la caliente primavera argentina, agravado por un aire acondicionado antártico que lo tocó aquí durante una ceremonia política.