Todo quedaría abolido, en gran parte, por la férrea reforma litúrgica y de música sagrada del Motu proprio de San Pío X, en 1903.Como es sabido, la denominación de misa del gallo obedece a la tradición que señala al gallo como el primer animal que vio al Redentor, encargándose de comunicar la noticia al mundo. Su celebración data del siglo V, en tiempos del Papa Sixto V, y formaba parte de las tres que se celebraban a media noche, al alba, también llamada de pastores, y en la mañana del día de Navidad.
Catedrales de Pamplona y Tudela
La idiosincrasia de las catedrales de Pamplona y Tudela se distingue, no por las rígidas normas litúrgicas de siglos pasados, sino en ceremonias y procesiones como la del encuentro en la mañana del día de Pascua Florida. En Pamplona siempre destacó el estricto ceremonial intra muros; en Tudela, por el contrario, se hace patente la explosión del gozo en las calles y aún en el templo.
En el caso de la misa del Gallo y las funciones de aquella noche, en la capital navarra, muy en sintonía con la vigilia del día, apenas había función de especial relevancia. En una relación manuscrita, recopilada en el primer tercio del siglo XVIII, tan sólo se anota un villancico en la vigilia del día 24, aunque también conocemos el texto de largos villancicos compuestos en 1716 por el maestro de capilla Miguel Vals, conservados en la biblioteca de la Real Academia de la Historia.
En Tudela nos encontramos con mayor explosión festiva y gozosa. Los prolegómenos comenzaban con las antífonas que comenzaban por la letra «O», durante los siete días que precedían a la Navidad. En la Nochebuena, las autoridades municipales y los prelados de las órdenes religiosas, colocados en el coro, asistían al solemne canto de la calenda, entonada por un canónigo. Al finalizar, había un pequeño sermón «anunciando el misterio, poniéndose el orador en la silla alta del coro».
Los Maitines se cantaban aquel mismo día, a las nueve de la noche, «y por la solemnidad y villancicos que en ellos canta la música duran hasta las doce, a cuya hora se canta la misa por el chantre y después de ella los laudes según la rúbrica». Las funciones del día de Navidad propiamente dicho se completaban con el rezo de Prima a las seis de la mañana y la llamada misa «de pastores», Tercia a las nueve y misa conventual.
Censuras políticas y eclesiásticas
En Pamplona, para evitar posibles desmanes, en circunstancias políticas nada fáciles, el Jefe Político ordenó, en 1821, celebrar la Misa del Gallo a puerta cerrada. Prohibiciones similares se produjeron en otras localidades en el agitado siglo XIX, de modo especial en momentos de cambios políticos.
A las censuras políticas habían precedido las de algunos eclesiásticos en el siglo XVIII. El jesuita tafallés Pedro de Calatayud, famoso por sus misiones populares y su rigor, afirmaba a mediados del Siglo de las Luces que era «ofensiva al Dios de la Majestad la bulla e indecencia que tal vez se practica con cazos, sartenes y ruido» en la noche de Navidad, llegando a afirmar que pecaban mortalmente «los que en los maitines de la Natividad mezclan al tiempo de leer las lecciones sainetes, apodos, palabras y expresiones indecorosas torpes y gravemente disonantes de aquel paso y sagrado misterio, por el grave escándalo que dan en esto». Con todo ello parece referirse a ciertas expresiones del alma popular a las que se daba suelta aquella noche.
Noche de bullicio y desmanes
Los excesos en Nochebuena fueron nota común en diferentes localidades. En la capital navarra, allá por 1681, hubo grandes desmanes en la iglesia de las Clarisas de Santa Engracia, llegándose a derrumbar las puertas, con «una canal o pesebre de ovejas», con grandes gritos y lanzamiento de piedras, castañas y nueces.
En Cirauqui, en 1830, se produjo cierto alboroto durante los maitines que se cantaban antes de la Misa del Gallo, cuando ocho personas entraron en la iglesia, vestidos de pastores, con «una calderilla de abadejo guisado» y el vicario bajó del coro a despacharlos, obedeciendo todos al instante. El suceso no quedó allí, sino que por la noche dos balas se introdujeron en la habitación del vicario y del organista, por lo que se abrieron largas diligencias judiciales. Las declaraciones de varios testigos nos informan de los atuendos de aquellos rústicos: sombreros anchos, zamarras de pellejo con lana y abarcas. Respecto al guiso, unos hablan de sopas, otros de abadejo guisado y otros de ajo de arriero.
No podemos olvidar que la Nochebuena de sabor popular tenía en Tudela otra cita en el convento de Franciscanos, con una procesión con el Niño Jesús para ser colocado antes de la Misa del Gallo en el presbiterio, en el interior de una gran cueva, en la que ya estaban dispuestas las imágenes de la Virgen y San José.
Por unas diligencias judiciales de ámbito eclesiástico, sabemos que, en 1795, un grupo de hombres que se habían pasado con el vino, organizaron ciertos desmanes en el interior de la iglesia conventual, con silbatos de los que utilizaban los capadores por las calles, una vihuela y una corneta, a la vez que intentaron procesionar a algunas imágenes y soltaron unos cohetes de serpentinas por el suelo. Un testigo, llamado José Puyo, además de informar de los excesos, nos cuenta cómo ayudó al sacristán a preparar entre otros objetos la cueva para la adoración del Niño, así como los hacheros para su iluminación. Asimismo, indica que los borrachos que entraron en el templo intentaron coger las imágenes de la Virgen y de San José.
Cintruénigo, Fitero y otras localidades
En Cintruénigo las gentes vitoreaban con gritos de «¡Viva!» en respuesta a la aclamación de un sonoro «¡Viva el Niño Dios!», pronunciado con voz potente, nada más entornar el celebrante el Gloria. En 1916, el cura ecónomo don Alfonso Bozal, harto de varias interrupciones, hubo de anunciar que terminaba la misa, sin canto alguno, rezándola. Al año siguiente, el párroco, tras congratularse de la costumbre, rogó que sólo se hiciese por tres veces, aunque al siguiente la misa quedó suprimida por largo tiempo y la costumbre quedó en el olvido.
Iribarren refiere varios casos de bailes y danzas en la Nochebuena, como Tafalla, donde lo hacía un ganadero con calzón corto en los Franciscanos a comienzos del siglo XIX, mientras un fraile montañés tocaba el chistu y el tamboril. En Olite, la corporación municipal, con traje de golilla, acudía a la Misa del Gallo y, terminada ésta, de lo alto de la cúpula se hacía descender mediante una tramoya una especie de alcachofa que se abría, dejando ver al Niño Jesús en su cuna, ante cuya imagen danzaban los pastores de la localidad.
Dicastillo y Corella también contaban con sus particulares bailes en los templos en tan singular noche. En Corella, al finalizar la misa, un hombre y dos niños ataviados de pastores ejecutaban una danza pastoril con saltos y requiebros caprichosos, al compás de villancicos.
El caso de Fitero merece algunos comentarios. Hasta hace unas cuatro décadas se mantenía la costumbre de colocar al Niño Jesús en el portal en el momento del Gloria, momento en que los monaguillos, desde la sacristía, sacaban su imagen entre luminarias y la depositaban en la cuna, en una ceremonia de similares características a las de otras localidades, en que se abría el expositor y aparecía el bulto del Niño, en el mismo momento en que el sacerdote entonaba el Gloria in excelsis Deo.
La alegría se desbordaba en aquella noche. Precisamente por algunos desmanes se tuvo que suprimir, a fines del siglo XIX, una especie de representación de pastores en el interior de la iglesia. Hasta aquellas fechas los pastores del pueblo tomaban su particular cena de Nochebuena, unas migas, al parecer bien regadas con vino, ante el belén, debajo del púlpito.
Un año, en momentos de renovación litúrgica, cierto párroco los expulsó del templo y no volvieron más. Al parecer, en algún momento de la misa, declamaban unos textos que bien pudieran derivar de los famosos Officium pastorum, tan popularizados desde fines de la Edad Media.
En el ofertorio se procedía a la adoración del Niño. El oficiante se despojaba del manípulo y tomaba la imagen del Divino Infante en sus manos para darlo a besar al pueblo. A continuación, los pastores danzaban ante el recién nacido. De aquella tradición queda hoy un solo testigo musical, concretamente la costumbre de interpretar durante el ofertorio de los días de Navidad, Año Nuevo y Reyes, unos aires pastoriles y gallegadas, que los organistas de Fitero se han ido legando desde el segundo tercio del siglo XIX.
Ricardo Fernández Gracia Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro Universidad de Navarra
Fuente:Diario de Navarra