"Un hombre de Texas", habrán pensado en el Vaticano. El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que en Washington suele regañar a los periodistas que se dirigen a él con maneras que no considera correctas, respondió una pregunta de Benedicto XVI con un sonoro "Yes, sir!". Alguno de los prelados vaticanos con mayor apego a las formas se debe haber estremecido con el relajado tratamiento dispensado al Papa.
Pero los raíces presidenciales del salvaje oeste no explican ni disculpan el caprichoso comportamiento de Bush. Después de todo, su familia proviene de Connecticut, en la costa oriental de Estados Unidos.
Pero el presidente republicano y ex gobernador de Texas no suele escapar a los clichés que injustamente se atribuyen al estereotipo del texano. Por ejemplo, durante la audiencia papal en el Palacio Apostólico del Vaticano se sentó con las piernas cruzadas al "estilo texano", una encima de la otra. Según el periódico italiano La Repubblica, en el Vaticano hubo ceños fruncidos ante el desenfado campechano del invitado.
El presidente estadounidense confundió también a la canciller alemana Angela Merkel, anfitriona de la reciente cumbre del G8, con sus singulares apariciones. La virtuosa actuación de la violinista Julia Fischer, que interpretó obras de Beethoven y Mendelssohn- Bartholdy, entusiasmó tanto a Bush que aplaudió ya después de la primera pieza. Testigos aseguran que al final del concierto, Bush dio a la violinista una palmada en el hombro.
La gira europea de Bush tuvo también desgracias fortuitas de las que sufren los turistas estadounidenses en el viejo continente. El obligado cambio de menú fuera de casa no le cayó bien al estómago, y durante días luchó contra un malestar reflejado en la palidez de su rostro. En la cumbre del G8 en Heligendamm, Bush recibió al presidente francés, Nicolas Sarkozy, en la intimidad de sus aposentos, a distancia segura del cuarto de baño.
Bush comparte con muchos de sus compatriotas cierta desconfianza contra Europa y sus productos. Sus anfitriones aceptan con comprensión que el presidente lleve siempre alguna de sus cosas, pero no todos en Alemania entendieron que Bush trajera su propia Buckler sin alcohol.
La confianza de Bush en la calidad de todo lo estadounidense sufrió un duro golpe cuando el motor de su coche blindado traído especialmente desde Washington lo dejó varado en el camino del Vaticano a la embajada de su país en Roma.
Después de unos minutos de espera detrás del vidrio polarizado, el vehículo volvió a ponerse en movimiento hasta que se topó con un nuevo inconveniente: el auto presidencial era demasiado ancho para la puerta de entrada de la embajada. Bush debió descender y continuar a pie.
Pero los raíces presidenciales del salvaje oeste no explican ni disculpan el caprichoso comportamiento de Bush. Después de todo, su familia proviene de Connecticut, en la costa oriental de Estados Unidos.
Pero el presidente republicano y ex gobernador de Texas no suele escapar a los clichés que injustamente se atribuyen al estereotipo del texano. Por ejemplo, durante la audiencia papal en el Palacio Apostólico del Vaticano se sentó con las piernas cruzadas al "estilo texano", una encima de la otra. Según el periódico italiano La Repubblica, en el Vaticano hubo ceños fruncidos ante el desenfado campechano del invitado.
El presidente estadounidense confundió también a la canciller alemana Angela Merkel, anfitriona de la reciente cumbre del G8, con sus singulares apariciones. La virtuosa actuación de la violinista Julia Fischer, que interpretó obras de Beethoven y Mendelssohn- Bartholdy, entusiasmó tanto a Bush que aplaudió ya después de la primera pieza. Testigos aseguran que al final del concierto, Bush dio a la violinista una palmada en el hombro.
La gira europea de Bush tuvo también desgracias fortuitas de las que sufren los turistas estadounidenses en el viejo continente. El obligado cambio de menú fuera de casa no le cayó bien al estómago, y durante días luchó contra un malestar reflejado en la palidez de su rostro. En la cumbre del G8 en Heligendamm, Bush recibió al presidente francés, Nicolas Sarkozy, en la intimidad de sus aposentos, a distancia segura del cuarto de baño.
Bush comparte con muchos de sus compatriotas cierta desconfianza contra Europa y sus productos. Sus anfitriones aceptan con comprensión que el presidente lleve siempre alguna de sus cosas, pero no todos en Alemania entendieron que Bush trajera su propia Buckler sin alcohol.
La confianza de Bush en la calidad de todo lo estadounidense sufrió un duro golpe cuando el motor de su coche blindado traído especialmente desde Washington lo dejó varado en el camino del Vaticano a la embajada de su país en Roma.
Después de unos minutos de espera detrás del vidrio polarizado, el vehículo volvió a ponerse en movimiento hasta que se topó con un nuevo inconveniente: el auto presidencial era demasiado ancho para la puerta de entrada de la embajada. Bush debió descender y continuar a pie.
Fuente:Prensa.com