miércoles, octubre 31

La modernidad del Gobierno


EN LOS ÚLTIMOS AÑOS, el Gobierno de la Nación ha sido el promotor de un movimiento iconoclasta contra el protocolo, el ceremonial e incluso las inveteradas tradiciones que conforman parte de la personalidad del pueblo español. Nuestro actual presidente se ha mostrado partidario de reducir o eliminar algunas prácticas que la comunidad española reconoce como parte obligada del Derecho Constitucional. Lo hace al amparo de una falsa modernidad, que cree descubrir, restándole fuerza o haciendo mal uso de unos símbolos que a su juicio son innecesarios, superfluos e impropios. Un ejemplo, sin ir más lejos, lo encontramos en la última visita del lendakari vasco al palacio de la Moncloa.
En la fachada esperaba el anfitrión flanqueado por la enseña nacional y por la bandera del pueblo vasco. Que se sepa y hasta el día de hoy, la bandera de España incluye a los vascos, por lo que no se justifica colocar su enseña en el mismo plano de igualdad, como si se tratara de la visita de un alto dignatario de un país extranjero. No hay que olvidar la existencia de la Ley de la Bandera de España, que define la enseña nacional, reconoce su uso, sus honores como representación de la Patria, y que se incluye en el conjunto de normas que forman parte del Protocolo y Ceremonial de Estado, fijando los ámbitos de colocación y consagrando que debe situarse siempre en el mástil de honor (en el centro si es un número impar de mástiles, o a la derecha -izquierda del observador- de las dos del centro, en el caso de un número par de banderas).
La bandera de España que surge del escudo, y está hecha para verla a distancia, es nacional desde el reinado de Isabel II. Sus actuales colores datan de 1843, cuando Carlos III encargó para la Marina una enseña que se distinguiera en alta mar, pues la que se usaba era un paño blanco con las armas del rey perteneciente a la dinastía de los Borbones. En 1844, las compañías del ejército comienzan a popularizarla adquiriendo el carácter de símbolo de la nación, el mismo que ostentaban las banderas de los buques de la Armada desde 1785, y recibiendo por ello los máximos honores militares, tal y como recoge el reglamento de 1984. No se puede ignorar la historiografía y mucho menos conculcar la Ley de Banderas.
¿Puede un Gobierno violentar o incumplir las normas de Protocolo y Ceremonial de Estado, las tradiciones usos y costumbres de su pueblo?, ¿es más democrático un mandatario por ignorarlas?, ¿democratiza más la representación que ostenta? Poder, puede, pero no debe. No hay que olvidar que su misión en todo caso sería la de propiciar un cambio en las normas, una adecuación de las mismas, pero en ningún momento ignorarlas, al menos mientras existan. Está claro que cuando un país abandona las propias reglas del ceremonial y protocolo de Estado, mal lugar hallará en el concierto del protocolo internacional, instrumento esencial en la armonía de la llamada política exterior. Como muestra de lo dicho, basta recordar el "afectuoso" saludo que le tributa al Sr. Zapatero el presidente de los Estados Unidos tras la ofensa que el primero hizo a la bandera americana.
Afirmaba un viejo profesor de derecho: "La bandera eres tú y no debes hacerle lo que no te guste que te hagan a ti como individuo". Y aunque las cosas tienen la importancia que se les quiera dar, no cabe duda de que la actitud de ciertos políticos sirve de exponente para mostrar el empobrecimiento de los referentes simbólicos a los que se enfrenta el mundo. Pero precisamente las banderas gozan de una profusión de reglas, escritas o no, que se han convertido en códigos de un lenguaje que va más allá de lo social. Echando la vista atrás, recordaremos la quema de enseñas españolas ante la embajada chilena, hecho protagonizado por los seguidores de Pinochet al ser éste procesado por el juez Garzón, o como lavaban banderas los peruanos en la etapa de Fujimori para limpiar, metafóricamente hablando, las injurias que la corrupción manchaba en la misma.
Un cargo público debe tener claro que el no es él, es el presidente de… y todo ello pese al Código para el Buen Gobierno del Gobierno. No debe empecinarse en no acomodarse a las exigencias del puesto que ocupa, en desdeñar el honor social que le corresponde, asumiendo el peso de la púrpura, es decir, acomodándose a aquellos elementos simbólicos que rodean el cargo que ostenta y que son la manifestación pública de la dignidad del mismo.
Tenemos la obligación de reflexionar sobre cómo se articula el protocolo, el ceremonial, las formas, desde el actual Gobierno de la nación, entre aquellos que se empeñan en no querer protocolo, lo que en el fondo es una actitud pedante, un intento de dar imagen de sencillez o de falta de sincronía con la propia dignidad del puesto asumido y al que se llega, la mayoría de las veces, por casualidad. Detrás de esta sencillez hay a menudo ignorancia, populismo coyuntural, lo cual puede dar lugar a profundos desaguisados si estas acciones u omisiones se siguen produciendo en escalones superiores del Estado, sin duda un pernicioso ejemplo que conviene denunciar antes que se convierta en pauta de actuación para otros ámbitos de la sociedad.
* María del Pino Fuentes de Armas.Titulada Superior Universitaria en Relaciones Institucionales
y Protocolo
Fuente:El Día