Una de las diferencias existentes entre entre un “profesional hombre” y una “profesional” mujer es su confianza en la propia imagen.
Muchas mujeres confiesan que a menudo se sienten inseguras, especialmente si su interlocutor/público es masculino: No estoy segura de la percepción que tendrán de mí. Por mucho que me esfuerce, siempre tengo miedo de que no me vean lo suficiente profesional, de que me tomen por una niña, por una pánfila o por una tía buena y basta.
Los hombres pueden estar inseguros de muchas cosas, pero no dudan de su imagen. Desempeñan el rol para el que han sido educados y, claro, esto no les crea ninguna contradicción.
En las presentaciones, donde la inseguridad y los miedos son generalizados, ellos se preocupan por si el mensaje llegará claramente y, como mucho, por si el público se aburre. Se centran en transmitir el mensaje.
Ellas -las comerciales, las directivas, las científicas- también se preocupan por esto. Y por muchas más cosas: ¿Qué pensarán de mí? ¿Me harán caso? ¿Me escucharán? ¿Cómo demostraré mis conocimientos? ¿Querrán vacilarme?
A pesar de que, según todos los estudios, las mujeres tenemos más capacidad para las relaciones y para la expresión verbal, a menudo somos las que más sufrimos cuando hablamos en público.
Unos días atrás, durante un curso a veterinarios inspectores de sanidad, una profesional preparada, intuitiva, inteligente, manifestó su pánico a la hora de levantarse y dirigirse a sus compañeros de curso, un público amigable y comprensivo. Empezamos a hablar del tema de los nervios y del miedo. Les pedí a todos que pensaran qué experiencias habían marcado desde la infancia su capacidad de expresión en público. La veterinaria de la que os hablo, como si hubiese esperado toda la vida para darse cuenta de ello o denunciarlo, espetó de repente: Yo era la pequeña de cinco hermanos varones y siempre que hablaba me decían: “Calla, mono, ¿tú que vas a decir?”.
La veterinaria es víctima de la paradoja que han vivido y viven la mayoría de las mujeres profesionales. Han podido disfrutar de una formación universitaria que les ha conducido a un terreno de igualdad aparente, pero la educación en casa ha seguido las inercias de una estructura y unos valores muy tradicionales. Una vez en la jungla empresarial, pueden competir en conocimientos y habilidades, pero arrastran el lastre inconsciente de un rol secundario y más bien decorativo o servicial, sometido a la preeminencia masculina de padres y hermanos.
Cuando una profesional de hoy explora y reconoce los orígenes de sus temores, es cuando puede desplegar de verdad todas las habilidades retenidas por el miedo a ser demasiado visible, a tener opinión y criterio propios o a tener más éxito que sus compañeros.
Fuente:Blog de Teresa Baró