Como hemos sabido estos días por los medios de comunicación, con motivo de la creación del Conservatorio de León, hace 50 años, están previstas para celebrar esta efeméride diversas actividades, una de las cuales ya ha tenido lugar, como es el concierto y la imposición de medallas y diplomas en el Auditorio, el pasado 19 de noviembre. Mi ausencia de dicho acto, como exdirector del Conservatorio, ha extrañado a algún periodista y a personas conocidas, algunas de ellas se acercaron a mí para darme la enhorabuena, incluso unos días antes del citado concierto. Mi sorpresa ante este hecho quedó despejada cuando esas personas me dijeron que habían leído en la prensa la concesión de la medalla de la provincia, de parte de la Diputación Provincial (como gestora del Conservatorio), a los exdirectores del centro, motivo por el cual me felicitaban.
Mi desacuerdo, en primer lugar, con esta forma de proceder al enterarme tan indirectamente de algo que me afectaba personalmente, y en segundo lugar, debido a otras consideraciones personales que voy a exponer, fueron la causa de mi ausencia en el citado concierto. Quiero expresar, ante todo, que esa ausencia no indica, bajo ningún concepto, que no me una en sentimiento a la celebración de los 50 años del Conservatorio, al que serví modestamente, con aciertos y errores, pero siempre con ilusión y entrega, durante cuatro años, probablemente de los más difíciles. Además, desde que abandoné ese centro hace ya diecinueve años, he escrito varios artículos a favor del Conservatorio de León, precisamente en esta Tribuna, y esa disposición abierta a colaborar con él continúa presente en mi mente hoy. Por otra parte tengo la sensación de que los altos responsables políticos conceden, a veces, medallas y honores con una cierta ligereza (lo digo con respeto hacia la Diputación, y a la vez como ciudadano con derecho a opinar sobre las acciones públicas de los políticos), ya que esas concesiones deberían ser, a mi juicio, un honor y un mérito que se otorga únicamente a personas que han realizado acciones excepcionales, no comunes como es el normal cumplimiento del deber. De lo contrario, ¿por qué se conceden a unos y no a otros? Pero no es ésa la única causa de mi ausencia en aquel acto. Hay otras causas, a mi entender más profundas, las que me llevaron a no asistir a la imposición de medallas y a no aceptar esos honores.
Nuestra sociedad vive demasiado polarizada en lo externo, en la apariencia, alejada de la realidad interior de las personas y de los acontecimientos. Mi visión del mundo, sobre todo como educador, no está de acuerdo con esos actos externos, a no ser que sean realmente la expresión de sentimientos y actitudes internas, y a mi entender ese acto como tantos otros de las administraciones públicas, suelen ir acompañados de una buena dosis de frivolidad, y sobre todo de falta de corazón y de calor humano, lo que más necesita nuestro mundo hoy, pues, como dice E. Fromm, «por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano». Vivimos en una sociedad -construida por todos nosotros y de la que somos responsables- dominada por unas mentes frías y rígidas, que nos están llevando a unas relaciones humanas superficiales y faltas del verdadero y necesario contacto humano, de ahí la agresividad, la violencia y otras lacras sociales que padecemos.
No comparto, pues, esa forma de proceder, pero la respeto, por supuesto. Y pido, en primer lugar y en justa reciprocidad, que se respete igualmente mi decisión de no aceptar esos honores, y en segundo lugar, que nadie considere esta actitud mía como un desaire a la Diputación ni al Conservatorio, pues sólo obedece a mi legítimo deseo de intentar ser consecuente con mis ideas. Y para finalizar quisiera hacer un ruego al presidente de la Diputación Provincial: Con motivo de los 50 años de la creación del Conservatorio, la institución que usted preside debería reconsiderar la injusta clasificación de los profesores de ese centro en el grupo B, y su pase al grupo A, que es lo que en justicia les corresponde, como saben bien los responsables de esa institución, ya que todos los profesores de los conservatorios pertenecientes a la Junta de Castilla y León o a cualquier otra comunidad autónoma están clasificados en el grupo A. De no ser así, todas esas celebraciones y manifestaciones verbales y escritas no serían sino palabras y actos externos, una vez más, mientras que seguiría sin resolverse una de las más graves e injustas situaciones que sufren los profesores del Conservatorio de León, dependiente de la Diputación Provincial. Éste sería el mejor y más justo final de esa larga y difícil etapa de gestión del Conservatorio de León por parte de la Diputación, en vísperas de su traspaso a la Junta, y ésta sería también, sin duda, la mejor y más justa celebración del 50 aniversario de la creación de este centro.
Por Julio Ferreras
Fuente:Diario de León
Mi desacuerdo, en primer lugar, con esta forma de proceder al enterarme tan indirectamente de algo que me afectaba personalmente, y en segundo lugar, debido a otras consideraciones personales que voy a exponer, fueron la causa de mi ausencia en el citado concierto. Quiero expresar, ante todo, que esa ausencia no indica, bajo ningún concepto, que no me una en sentimiento a la celebración de los 50 años del Conservatorio, al que serví modestamente, con aciertos y errores, pero siempre con ilusión y entrega, durante cuatro años, probablemente de los más difíciles. Además, desde que abandoné ese centro hace ya diecinueve años, he escrito varios artículos a favor del Conservatorio de León, precisamente en esta Tribuna, y esa disposición abierta a colaborar con él continúa presente en mi mente hoy. Por otra parte tengo la sensación de que los altos responsables políticos conceden, a veces, medallas y honores con una cierta ligereza (lo digo con respeto hacia la Diputación, y a la vez como ciudadano con derecho a opinar sobre las acciones públicas de los políticos), ya que esas concesiones deberían ser, a mi juicio, un honor y un mérito que se otorga únicamente a personas que han realizado acciones excepcionales, no comunes como es el normal cumplimiento del deber. De lo contrario, ¿por qué se conceden a unos y no a otros? Pero no es ésa la única causa de mi ausencia en aquel acto. Hay otras causas, a mi entender más profundas, las que me llevaron a no asistir a la imposición de medallas y a no aceptar esos honores.
Nuestra sociedad vive demasiado polarizada en lo externo, en la apariencia, alejada de la realidad interior de las personas y de los acontecimientos. Mi visión del mundo, sobre todo como educador, no está de acuerdo con esos actos externos, a no ser que sean realmente la expresión de sentimientos y actitudes internas, y a mi entender ese acto como tantos otros de las administraciones públicas, suelen ir acompañados de una buena dosis de frivolidad, y sobre todo de falta de corazón y de calor humano, lo que más necesita nuestro mundo hoy, pues, como dice E. Fromm, «por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano». Vivimos en una sociedad -construida por todos nosotros y de la que somos responsables- dominada por unas mentes frías y rígidas, que nos están llevando a unas relaciones humanas superficiales y faltas del verdadero y necesario contacto humano, de ahí la agresividad, la violencia y otras lacras sociales que padecemos.
No comparto, pues, esa forma de proceder, pero la respeto, por supuesto. Y pido, en primer lugar y en justa reciprocidad, que se respete igualmente mi decisión de no aceptar esos honores, y en segundo lugar, que nadie considere esta actitud mía como un desaire a la Diputación ni al Conservatorio, pues sólo obedece a mi legítimo deseo de intentar ser consecuente con mis ideas. Y para finalizar quisiera hacer un ruego al presidente de la Diputación Provincial: Con motivo de los 50 años de la creación del Conservatorio, la institución que usted preside debería reconsiderar la injusta clasificación de los profesores de ese centro en el grupo B, y su pase al grupo A, que es lo que en justicia les corresponde, como saben bien los responsables de esa institución, ya que todos los profesores de los conservatorios pertenecientes a la Junta de Castilla y León o a cualquier otra comunidad autónoma están clasificados en el grupo A. De no ser así, todas esas celebraciones y manifestaciones verbales y escritas no serían sino palabras y actos externos, una vez más, mientras que seguiría sin resolverse una de las más graves e injustas situaciones que sufren los profesores del Conservatorio de León, dependiente de la Diputación Provincial. Éste sería el mejor y más justo final de esa larga y difícil etapa de gestión del Conservatorio de León por parte de la Diputación, en vísperas de su traspaso a la Junta, y ésta sería también, sin duda, la mejor y más justa celebración del 50 aniversario de la creación de este centro.
Por Julio Ferreras
Fuente:Diario de León
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