Europeo, popular o incluso populista, el primer 14 de julio de Nicolás Sarkozy en el Elíseo ha marcado una ruptura con el ceremonial de sus predecesores. El nuevo estilo que el quincuagenario jefe de Estado francés ha imprimido al Elíseo y a la vida política desde que sucedió al veterano Jacques Chirac el pasado 16 de mayo se ha plasmado también en los festejos de la fiesta nacional francesa. Una celebración «europea», dos años después de que el «no» del electorado francés a la Constitución abriera una crisis en la Unión Europea (UE).
Tres semanas después de que los líderes de la UE acordaran una salida a esa crisis, desfilaron por los Campos Elíseos, por primera vez, destacamentos de todos los países de la Unión, ante los responsables de las máximas instituciones de la UE y muchos ministros de Defensa presentes en la tribuna de honor, junto a Sarkozy, que luego les convidó a un almuerzo cerca del Elíseo. «Hemos querido decir que Francia estaba de vuelta en Europa y que Europa debía mirar a Francia con otros ojos», dijo el jefe de Estado, visiblemente encantado con lo que llamó el «magnífico» despliegue de las 27 banderas, «símbolo de unidad y paz».
Ediciones anteriores del desfile del 14 de julio habían acogido a militares de otros países europeos, aunque nunca de todos juntos. Más que la dimensión europea del desfile, la decisión de Sarkozy de romper con el ritual de la entrevista televisada del 14 de julio, que cumplieron sus dos predecesores inmediatos -el neogaullista Chirac (1995-2007) y el socialista François Mitterrand (1981-1995), ha simbolizado quizás la «ruptura».
Sin indulto colectivo
También su decisión de suprimir los indultos colectivos del 14 de julio: «soy el presidente de la República y no un monarca», explicó. A la administración penitenciaria le tocará lidiar con las consecuencias.
La gracia colectiva ha servido tradicionalmente de válvula de escape para prisiones hacinadas. Otra «ruptura» fue el baño de multitudes que Sarkozy se dio antes del desfile militar: interrumpió la revista de tropas para estrechar manos entre el público en la llamada «avenida más bella del mundo». Y, al final del desfile, se acercó a unos niños en sillas de ruedas para saludarles y fotografiarse con ellos. Entre ellos, Guillaume, cuyo sueño de presenciar el desfile en primera fila y sacarse una foto se cumplió, «un sueño simple», explicaría luego el presidente, al dedicarle el desfile, durante unas palabras desde la terraza del Elíseo que da al jardín de la mansión presidencial, donde más de cinco mil personas habían sido convidadas al tradicional almuerzo.
Los invitados de honor de esta fiesta campestre eran «las víctimas», unas cuantas en sillas de ruedas, y los «héroes anónimos», unas dos mil personas, de las más diversas edades y categorías sociales, junto a los invitados tradicionales (políticos, diplomáticos, militares en uniforme, estrellas del mundo del espectáculo, periodistas, etc). Dirigiéndose a aquellos con los que «la vida no ha sido clemente este año», les dijo que la Nación toma en cuenta su sufrimiento porque «han resistido», y saludó a los «muchos héroes anónimos» presentes, que han hecho «cosas admirables». Entre éstos una mujer octogenaria que se había destacado en la resistencia a la ocupación nazi en la II Guerra Mundial y que, ontaba cómo había superado la particular prueba a la que sus carceleros alemanes la habían sometido.