El protocolo siempre ha sido uno de los puntos fuertes en la organización de la Semana Bolística. Sin ir más lejos, ojeando alguno de sus libros de presentación de hace diez años, puede verse que D. Ramón Pelayo Benito aparece como director de protocolo de la Federación Española de Bolos y responsable de estos actos en el evento bolístico más importante del año. En las últimas Semanas figuran también varias personas responsables del protocolo dentro del Comité de Organización, lo cual indica que el asunto no es baladí ni mucho menos, por mucho que el concepto parezca anticuado y fuera de lugar.
El protocolo es, en pocas palabras, la forma en que disponemos un acto para que tenga los efectos deseados por el organizador. Para la puesta en escena hay que echar mano de diferentes disciplinas técnicas y artísticas, y luego, lo específicamente protocolario, procede cuando le llega el turno a la intervención, el protagonismo o la mera ubicación o papel de las autoridades públicas o privadas, que son patrocinadores, organizadores o invitados del acto en cuestión.
Momento culminante del protocolo en la Semana Bolística es la entrega de premios de las distintas competiciones. Llegados a este punto, uno de los mayores problemas protocolarios, en sentido extenso, es que el público no abandone la bolera, algo que sucede a menudo por razones en las que no vamos a entrar y que desluce bastante el broche final de la competición. Para evitarlo, es menester que la entrega de premios comience lo más rápidamente posible, y así se hace. Claro que, no es lo mismo ver a unos "voluntarios" llevar las banderas que hacerlo unas gimnastas con el paso y el ritmo que se debe. Las formas son la razón de ser del protocolo.
La entrega de premios también es un homenaje al campeón y a los mejores jugadores. Cuando llega este momento, parece que el protocolo de la Semana se hace al revés de lo que indica la costumbre en otros deportes. Esto es: primero se llama al campeón y luego al 2º, 3º y 4º. La ceremonia va de más a menos. Es decir, el campeón recibe todos los aplausos y la emotividad cae a medida que el mérito es menor (salvo que en el podium esté Emilio Antonio Rodríguez, que cuenta con una gran legión de incondicionales). Pongamos las Olimpiadas como referencia más reciente de lo contrario. Primero se llama al 3º, luego al 2º y finalmente al 1º. El momento de mayor júbilo en la entrega de premios es cuando el campeón alza su trofeo, como cuando Iker Casillas levantó la Copa de Europa.
Pero hay más diferencias notables entre el protocolo bolístico y el de otros deportes. Una medalla y un himno bastan para hacer llorar a un tipo bastante fuerte que está de pie encima de un cajón. Sin embargo, en bolos hay que dar un montón de copas, de diplomas y otros obsequios, porque parece ser que la abundancia es la forma elegida por los patrocinadores y organizadores para manifestar mejor su apoyo al evento. Así pasa que bastantes jugadores no saben donde meter tanto metal -Rubén Haya, por ejemplo, tenía en casa casi 300 trofeos a los 16 años- . Pero qué se le va a hacer. Se trata de salir a la arena a decir aquí estoy yo y hago entrega de esto. Entonces gusta mucho entregar al 1º, al campeón, aunque se lleve a casa una tómbola.
Dicho lo anterior, es evidente que el Protocolo en los bolos no puede escapar a la propia realidad de este deporte, sino que es, como debe, una perfecta manifestación del mismo.
El protocolo es, en pocas palabras, la forma en que disponemos un acto para que tenga los efectos deseados por el organizador. Para la puesta en escena hay que echar mano de diferentes disciplinas técnicas y artísticas, y luego, lo específicamente protocolario, procede cuando le llega el turno a la intervención, el protagonismo o la mera ubicación o papel de las autoridades públicas o privadas, que son patrocinadores, organizadores o invitados del acto en cuestión.
Momento culminante del protocolo en la Semana Bolística es la entrega de premios de las distintas competiciones. Llegados a este punto, uno de los mayores problemas protocolarios, en sentido extenso, es que el público no abandone la bolera, algo que sucede a menudo por razones en las que no vamos a entrar y que desluce bastante el broche final de la competición. Para evitarlo, es menester que la entrega de premios comience lo más rápidamente posible, y así se hace. Claro que, no es lo mismo ver a unos "voluntarios" llevar las banderas que hacerlo unas gimnastas con el paso y el ritmo que se debe. Las formas son la razón de ser del protocolo.
La entrega de premios también es un homenaje al campeón y a los mejores jugadores. Cuando llega este momento, parece que el protocolo de la Semana se hace al revés de lo que indica la costumbre en otros deportes. Esto es: primero se llama al campeón y luego al 2º, 3º y 4º. La ceremonia va de más a menos. Es decir, el campeón recibe todos los aplausos y la emotividad cae a medida que el mérito es menor (salvo que en el podium esté Emilio Antonio Rodríguez, que cuenta con una gran legión de incondicionales). Pongamos las Olimpiadas como referencia más reciente de lo contrario. Primero se llama al 3º, luego al 2º y finalmente al 1º. El momento de mayor júbilo en la entrega de premios es cuando el campeón alza su trofeo, como cuando Iker Casillas levantó la Copa de Europa.
Pero hay más diferencias notables entre el protocolo bolístico y el de otros deportes. Una medalla y un himno bastan para hacer llorar a un tipo bastante fuerte que está de pie encima de un cajón. Sin embargo, en bolos hay que dar un montón de copas, de diplomas y otros obsequios, porque parece ser que la abundancia es la forma elegida por los patrocinadores y organizadores para manifestar mejor su apoyo al evento. Así pasa que bastantes jugadores no saben donde meter tanto metal -Rubén Haya, por ejemplo, tenía en casa casi 300 trofeos a los 16 años- . Pero qué se le va a hacer. Se trata de salir a la arena a decir aquí estoy yo y hago entrega de esto. Entonces gusta mucho entregar al 1º, al campeón, aunque se lleve a casa una tómbola.
Dicho lo anterior, es evidente que el Protocolo en los bolos no puede escapar a la propia realidad de este deporte, sino que es, como debe, una perfecta manifestación del mismo.