Según Beatriz de Dios, el ceremonial social es mucho más que buenos modales: habla de una actitud, de una ética y de una estética; en suma, de un arte para vivir en sociedad
"Ya se han escrito todas las buenas máximas. Sólo hace falta ponerlas en práctica"
Esta frase que Blas Pascal pronunció en el siglo XVII cobra actualidad en tiempos en que la educación para la convivencia social, las buenas maneras, la cortesía en el trato cotidiano y el cuidado de detalles elementales a la hora de relacionarnos con nuestros semejantes parecen haber quedado relegados a uno de sus momentos más pobres en la historia contemporánea.
No obstante, crece la conciencia de que en un mundo vertiginoso y de cultura descartable el encanto personal y la aplicación de reglas armónicas tanto en nuestra vida diaria y laboral como en las grandes ocasiones de nuestra vida social hacen la diferencia.
El lenguaje del cuerpo, la vestimenta, el peinado, el perfume, los accesorios, la puntualidad, la conversación, el arte de recibir: estos y muchos otros aspectos del intercambio social y del protocolo son encarados por Beatriz G. de Dios en su libro Recibir en casa y todo el ceremonial social.
Con sencillez y naturalidad –las mejores aliadas del buen gusto–, la autora comparte con los lectores 30 años de experiencias vividas con quienes hacen del ceremonial social un arte de vivir.
Beatriz G. de Dios es profesora de historia del arte y está muy vinculada al mundo de las artes plásticas en Buenos Aires. Estudió ceremonial en la Facultad de Humanidades de Clermont-Ferrand, Francia, y en Suiza. En París se especializó en savoir vivre et savoir recevoir, en contacto con los mejores estudiosos del tema.
Se graduó en el Instituto Argentino de Ceremonial y desde entonces colabora con su fundador, el embajador Jorge Blanco Villalta, en el dictado de cursos, seminarios y conferencias. Su personal estilo le permite enseñar ceremonial sin solemnidad, transmitiendo una sensibilidad para la vida de todos los días.
Para escribir el libro no consultó ningún texto; esforzó su memoria para recordar cada acierto que apreció y cada error que cometió o vio cometer a lo largo de más de 30 años. Evocó noches perfectas y desastres absolutos, y esos apuntes fueron el borrador de esta obra: el libro que siempre buscó y nunca pudo encontrar.
–No había ningún libro argentino de estas características y los editados en España no me servían porque tienen un tinte muy local, muy solemne y un poco engolado.
–En cambio, usted pregona la naturalidad como clave del buen gusto…
–Yo digo que se puede y se debe ser fiel a las normas, pero con naturalidad. Eso lo aprendí en Francia. La naturalidad se consigue planificando hasta el último detalle para evitar imponderables. No hay nada peor que mostrarnos desbordados, cansados, pendientes de todos los detalles, pero pendientes “mal” ante los invitados. Por eso digo que la planificación previa es clave, hasta para improvisar.
–¿Qué pasos básicos hay que seguir?
–Hay que encarar las cosas con realismo respecto de los recursos con que contamos, el espacio, el tipo de ayuda, prever los platos que conviene servir si no tenemos una gran estructura de apoyo, tratar de tener todo a mano: desde un florero por si alguien trae flores hasta un costurero o un quitamanchas por si alguien lo pide. La idea es tratar de ausentarnos lo menos posible porque, si desaparecemos, el invitado se siente culpable y piensa que está molestando.
Cuando uno logra incorporar la técnica del arte de recibir, tiene siempre una estructura básica armada. Nada peor que pasarse 10 minutos en la cocina buscando las tacitas de café o la jarra para el agua.
–¿Qué otros elementos ayudan a crear un buen clima con nuestros invitados?
–Un tema importante está relacionado con la conversación, y no habría que perder de vista que en toda conversación social hay temas prohibidos: religión, política partidaria y enfermedades. También, todo aquello que signifique ostentación, así como las preguntas directas, los interrogatorios, la excesiva curiosidad, los comentarios personalizados del tipo: “¿Estás más gorda o me parece?”. Otras reglas importantes: ser tolerante, no monopolizar o acaparar la conversación, ser prudente, no ser autorreferencial, no hablar de la pequeña anécdota diaria....
–En esos casos, ¿qué debe hacer el anfitrión?
–El que monopoliza puede ser entretenido, pero hay un límite. Es obligación del anfitrión interrumpir al prima donna y hacerle una pregunta a otra persona, igual que cuando surge un tema desagradable: el dueño de casa debe cortar el asunto conflictivo o desviarlo hacia otro lado.
–¿Cómo manejar otras situaciones incómodas, percances, papelones?
–Mi experiencia me dice que los más grandes papelones suelen ser orales. Hay percances que nos hacen sonrojar, pero lo que generalmente “mata” es lo que decimos. Ahora bien, los dueños de casa no corrigen, no hacen comentarios, y deben ser discretos en solucionar los problemas que se puedan presentar. Cuando se retiren los invitados, lloraremos sobre la mancha en la alfombra o sobre los trozos de cristal o de porcelana, pero nunca delante de los invitados, y menos frente a quien originó el percance. Desaparecer para solucionar el problema es lo último que debemos hacer. Asumamos los riesgos de recibir.
–Si tuviera que señalar un solo punto flaco en el comportamiento social de los argentinos, ¿cuál sería?
–Me parece que uno de los más evidentes es el mal manejo de los cubiertos en la mesa. Hoy los chicos salen de colegios carísimos siendo perfectamente bilingües, pero no saben comer porque nadie les enseñó, y luego no es fácil aprender todo junto de grande. Muchos no saben reglas básicas, como que está prohibido colocar los cubiertos en posición de remo, es decir, apoyados sobre el borde del plato tocando el mantel con el mango. Parece increíble, pero es así. Esto es serio incluso desde el punto de vista laboral, porque hoy cada vez más las entrevistas de trabajo en ciertos niveles incluyen una comida de evaluación con el candidato.
–Si la comida no es muy formal, ¿se puede dejar que la gente se siente libremente en la mesa?
–Jamás, ni en la comida más informal debemos permitir que los invitados se sienten libremente a su gusto. Lo único que obtendremos es que los hombres se agrupen en un extremo de la mesa y dejen a las mujeres en el otro, creando claramente dos focos de conversación y, en la práctica, dos comidas paralelas. Decirles “siéntense como quieran” es una falla. Hay que distribuir a los invitados en la mesa. Las precedencias aplicadas a la vida social no son tan rigurosas como las del ámbito diplomático u oficial, pero no dejan de ser importantes. Los invitados se fijan muy bien qué sitios les destinaron en las mesas, conocen la ley de la derecha. La elección de los invitados y su posterior ubicación son muy importantes y ponen en juego el éxito de nuestra comida.
–Cada vez hay mayor informalidad con relación a la vestimenta. ¿Qué hacer cuando no se tienen pautas claras al respecto?
–La primera obligación del anfitrión es indicar a qué está invitando, porque eso les dará la pauta a los invitados de cómo vestirse. Un caso problemático se da hoy en día con la gente que vive en countries, pues como se trata de su casa de todos los días a veces dan comidas muy formales, y suele ocurrir que los invitados van de sport por el solo hecho de ir a un country. Luego se sienten mal porque al llegar encuentran a los dueños de casa muy arreglados y elegantes. Por eso, si no se tienen pistas, ante la duda hay que vestirse de una manera neutra. Y si se está muy desorientado, lo mejor es preguntar.
–¿Es aconsejable adelantar el nombre de los otros invitados, aun cuando la reunión no sea demasiado formal?
–Cuando se invita es conveniente adelantar los nombres de los demás invitados, para que sepan a qué atenerse en el caso de posibles enemistades, evitar que luego se sientan mal o que tengan la opción de excusarse, llegado el caso. El más grande homenaje que podemos hacerles a los demás es abrirles las puertas de nuestra casa; por eso, desde el nombre de mi libro quise darle toda la fuerza a la idea de casa. A veces se teme no estar a la altura de otras grandes reuniones a las que nos invitaron. Pero peor es no retribuir, y no hay que disculparse cada 5 minutos. Lo ideal es crear un buen clima, romper el hielo con elegancia y sencillez, hacer sentir cómodos a nuestros invitados. En ceremonial social no enseñamos buenos modales, sino una estética, una moral con relación a las actitudes. No hay que olvidar que la cortesía es la belleza del gesto.
Por Carmen María Ramos
Detalles que conviene recordar
• Celular: jamás puede sonar en un entierro, una misa, un teatro. En una reunión social, si se espera una llamada muy importante, se puede dejar encendido, aunque advirtiendo previamente por qué deberemos atender esa llamada. Pero la recomendación general es ser prudente con el uso del teléfono móvil porque entorpece la comunicación con el entorno y relega a quienes nos rodean a un segundo plano.
• E-mail: su uso social también tiene muchas limitaciones. En un RSVP se puede poner una dirección de e-mail, pero no como única opción porque mucha gente no tiene e-mail y la estaríamos complicando o haciendo sentir mal. Su uso debe ser muy acotado, como un recordatorio, pero de ninguna manera puede reemplazar la tarjeta con nuestro nombre para un pésame, por ejemplo, o para saludos personales de fin de año.
• Cigarrillo: el cenicero a la vista indica que en esa casa se puede fumar, pero siempre hay que pedirles permiso a los demás invitados. Si no hay ceniceros a la vista el visitante debe entender que no está autorizado a fumar. En caso de que decida preguntarle a la dueña de casa, ésta lo tiene que autorizar. Pero no se fuma en la mesa ni entre un plato y otro. En todo caso, después del postre.
• Regalos: si se celebra algo, hay que avisar, para que la gente sepa o decida si llevar o no regalo. Ante otro tipo de invitación, el ceremonial dice que no hay obligación de llevar nada, pero si el invitado se siente muy incómodo por llegar con las manos vacías una opción es aportar algo para el café o algún detalle que sepa que les gusta o les interesa a los dueños de casa. Llevar vino no es aconsejable porque pone al anfitrión ante la disyuntiva de qué vino servir, si el que él previamente había planificado o el que le traen de regalo. Insisto: no estamos obligados, pero si llevamos un vino decimos: “Para tu bodega”. Con esta frase, liberamos al dueño de casa del compromiso de tener que abrir la botella.
Fuente: La Nación Revista
"Ya se han escrito todas las buenas máximas. Sólo hace falta ponerlas en práctica"
Esta frase que Blas Pascal pronunció en el siglo XVII cobra actualidad en tiempos en que la educación para la convivencia social, las buenas maneras, la cortesía en el trato cotidiano y el cuidado de detalles elementales a la hora de relacionarnos con nuestros semejantes parecen haber quedado relegados a uno de sus momentos más pobres en la historia contemporánea.
No obstante, crece la conciencia de que en un mundo vertiginoso y de cultura descartable el encanto personal y la aplicación de reglas armónicas tanto en nuestra vida diaria y laboral como en las grandes ocasiones de nuestra vida social hacen la diferencia.
El lenguaje del cuerpo, la vestimenta, el peinado, el perfume, los accesorios, la puntualidad, la conversación, el arte de recibir: estos y muchos otros aspectos del intercambio social y del protocolo son encarados por Beatriz G. de Dios en su libro Recibir en casa y todo el ceremonial social.
Con sencillez y naturalidad –las mejores aliadas del buen gusto–, la autora comparte con los lectores 30 años de experiencias vividas con quienes hacen del ceremonial social un arte de vivir.
Beatriz G. de Dios es profesora de historia del arte y está muy vinculada al mundo de las artes plásticas en Buenos Aires. Estudió ceremonial en la Facultad de Humanidades de Clermont-Ferrand, Francia, y en Suiza. En París se especializó en savoir vivre et savoir recevoir, en contacto con los mejores estudiosos del tema.
Se graduó en el Instituto Argentino de Ceremonial y desde entonces colabora con su fundador, el embajador Jorge Blanco Villalta, en el dictado de cursos, seminarios y conferencias. Su personal estilo le permite enseñar ceremonial sin solemnidad, transmitiendo una sensibilidad para la vida de todos los días.
Para escribir el libro no consultó ningún texto; esforzó su memoria para recordar cada acierto que apreció y cada error que cometió o vio cometer a lo largo de más de 30 años. Evocó noches perfectas y desastres absolutos, y esos apuntes fueron el borrador de esta obra: el libro que siempre buscó y nunca pudo encontrar.
–No había ningún libro argentino de estas características y los editados en España no me servían porque tienen un tinte muy local, muy solemne y un poco engolado.
–En cambio, usted pregona la naturalidad como clave del buen gusto…
–Yo digo que se puede y se debe ser fiel a las normas, pero con naturalidad. Eso lo aprendí en Francia. La naturalidad se consigue planificando hasta el último detalle para evitar imponderables. No hay nada peor que mostrarnos desbordados, cansados, pendientes de todos los detalles, pero pendientes “mal” ante los invitados. Por eso digo que la planificación previa es clave, hasta para improvisar.
–¿Qué pasos básicos hay que seguir?
–Hay que encarar las cosas con realismo respecto de los recursos con que contamos, el espacio, el tipo de ayuda, prever los platos que conviene servir si no tenemos una gran estructura de apoyo, tratar de tener todo a mano: desde un florero por si alguien trae flores hasta un costurero o un quitamanchas por si alguien lo pide. La idea es tratar de ausentarnos lo menos posible porque, si desaparecemos, el invitado se siente culpable y piensa que está molestando.
Cuando uno logra incorporar la técnica del arte de recibir, tiene siempre una estructura básica armada. Nada peor que pasarse 10 minutos en la cocina buscando las tacitas de café o la jarra para el agua.
–¿Qué otros elementos ayudan a crear un buen clima con nuestros invitados?
–Un tema importante está relacionado con la conversación, y no habría que perder de vista que en toda conversación social hay temas prohibidos: religión, política partidaria y enfermedades. También, todo aquello que signifique ostentación, así como las preguntas directas, los interrogatorios, la excesiva curiosidad, los comentarios personalizados del tipo: “¿Estás más gorda o me parece?”. Otras reglas importantes: ser tolerante, no monopolizar o acaparar la conversación, ser prudente, no ser autorreferencial, no hablar de la pequeña anécdota diaria....
–En esos casos, ¿qué debe hacer el anfitrión?
–El que monopoliza puede ser entretenido, pero hay un límite. Es obligación del anfitrión interrumpir al prima donna y hacerle una pregunta a otra persona, igual que cuando surge un tema desagradable: el dueño de casa debe cortar el asunto conflictivo o desviarlo hacia otro lado.
–¿Cómo manejar otras situaciones incómodas, percances, papelones?
–Mi experiencia me dice que los más grandes papelones suelen ser orales. Hay percances que nos hacen sonrojar, pero lo que generalmente “mata” es lo que decimos. Ahora bien, los dueños de casa no corrigen, no hacen comentarios, y deben ser discretos en solucionar los problemas que se puedan presentar. Cuando se retiren los invitados, lloraremos sobre la mancha en la alfombra o sobre los trozos de cristal o de porcelana, pero nunca delante de los invitados, y menos frente a quien originó el percance. Desaparecer para solucionar el problema es lo último que debemos hacer. Asumamos los riesgos de recibir.
–Si tuviera que señalar un solo punto flaco en el comportamiento social de los argentinos, ¿cuál sería?
–Me parece que uno de los más evidentes es el mal manejo de los cubiertos en la mesa. Hoy los chicos salen de colegios carísimos siendo perfectamente bilingües, pero no saben comer porque nadie les enseñó, y luego no es fácil aprender todo junto de grande. Muchos no saben reglas básicas, como que está prohibido colocar los cubiertos en posición de remo, es decir, apoyados sobre el borde del plato tocando el mantel con el mango. Parece increíble, pero es así. Esto es serio incluso desde el punto de vista laboral, porque hoy cada vez más las entrevistas de trabajo en ciertos niveles incluyen una comida de evaluación con el candidato.
–Si la comida no es muy formal, ¿se puede dejar que la gente se siente libremente en la mesa?
–Jamás, ni en la comida más informal debemos permitir que los invitados se sienten libremente a su gusto. Lo único que obtendremos es que los hombres se agrupen en un extremo de la mesa y dejen a las mujeres en el otro, creando claramente dos focos de conversación y, en la práctica, dos comidas paralelas. Decirles “siéntense como quieran” es una falla. Hay que distribuir a los invitados en la mesa. Las precedencias aplicadas a la vida social no son tan rigurosas como las del ámbito diplomático u oficial, pero no dejan de ser importantes. Los invitados se fijan muy bien qué sitios les destinaron en las mesas, conocen la ley de la derecha. La elección de los invitados y su posterior ubicación son muy importantes y ponen en juego el éxito de nuestra comida.
–Cada vez hay mayor informalidad con relación a la vestimenta. ¿Qué hacer cuando no se tienen pautas claras al respecto?
–La primera obligación del anfitrión es indicar a qué está invitando, porque eso les dará la pauta a los invitados de cómo vestirse. Un caso problemático se da hoy en día con la gente que vive en countries, pues como se trata de su casa de todos los días a veces dan comidas muy formales, y suele ocurrir que los invitados van de sport por el solo hecho de ir a un country. Luego se sienten mal porque al llegar encuentran a los dueños de casa muy arreglados y elegantes. Por eso, si no se tienen pistas, ante la duda hay que vestirse de una manera neutra. Y si se está muy desorientado, lo mejor es preguntar.
–¿Es aconsejable adelantar el nombre de los otros invitados, aun cuando la reunión no sea demasiado formal?
–Cuando se invita es conveniente adelantar los nombres de los demás invitados, para que sepan a qué atenerse en el caso de posibles enemistades, evitar que luego se sientan mal o que tengan la opción de excusarse, llegado el caso. El más grande homenaje que podemos hacerles a los demás es abrirles las puertas de nuestra casa; por eso, desde el nombre de mi libro quise darle toda la fuerza a la idea de casa. A veces se teme no estar a la altura de otras grandes reuniones a las que nos invitaron. Pero peor es no retribuir, y no hay que disculparse cada 5 minutos. Lo ideal es crear un buen clima, romper el hielo con elegancia y sencillez, hacer sentir cómodos a nuestros invitados. En ceremonial social no enseñamos buenos modales, sino una estética, una moral con relación a las actitudes. No hay que olvidar que la cortesía es la belleza del gesto.
Por Carmen María Ramos
Detalles que conviene recordar
• Celular: jamás puede sonar en un entierro, una misa, un teatro. En una reunión social, si se espera una llamada muy importante, se puede dejar encendido, aunque advirtiendo previamente por qué deberemos atender esa llamada. Pero la recomendación general es ser prudente con el uso del teléfono móvil porque entorpece la comunicación con el entorno y relega a quienes nos rodean a un segundo plano.
• E-mail: su uso social también tiene muchas limitaciones. En un RSVP se puede poner una dirección de e-mail, pero no como única opción porque mucha gente no tiene e-mail y la estaríamos complicando o haciendo sentir mal. Su uso debe ser muy acotado, como un recordatorio, pero de ninguna manera puede reemplazar la tarjeta con nuestro nombre para un pésame, por ejemplo, o para saludos personales de fin de año.
• Cigarrillo: el cenicero a la vista indica que en esa casa se puede fumar, pero siempre hay que pedirles permiso a los demás invitados. Si no hay ceniceros a la vista el visitante debe entender que no está autorizado a fumar. En caso de que decida preguntarle a la dueña de casa, ésta lo tiene que autorizar. Pero no se fuma en la mesa ni entre un plato y otro. En todo caso, después del postre.
• Regalos: si se celebra algo, hay que avisar, para que la gente sepa o decida si llevar o no regalo. Ante otro tipo de invitación, el ceremonial dice que no hay obligación de llevar nada, pero si el invitado se siente muy incómodo por llegar con las manos vacías una opción es aportar algo para el café o algún detalle que sepa que les gusta o les interesa a los dueños de casa. Llevar vino no es aconsejable porque pone al anfitrión ante la disyuntiva de qué vino servir, si el que él previamente había planificado o el que le traen de regalo. Insisto: no estamos obligados, pero si llevamos un vino decimos: “Para tu bodega”. Con esta frase, liberamos al dueño de casa del compromiso de tener que abrir la botella.
Fuente: La Nación Revista
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