Qué difícil resulta escribir sobre este tema en estos tiempos en los que los valores y las virtudes parecen más utopías que realidades.
Qué difícil es reflexionar y meditar sobre Filosofía y Ética, cuando cada día los conflictos en todo el globo se multiplican generando eternos choques de voluntades entre personas…
Y siendo que, en la profesión del Protocolo, el día a día se desarrolla precisamente interrelacionándonos con personas, recuerdo cómo comencé a pensar y escribir sobre la visión ética de esta profesión, de mi profesión.
Sucedió cuando, durante el desarrollo de una clase una de las alumnas, me preguntó “Profesora, ¿qué es ser ceremonialista?”. ¿Cuál fue mi respuesta? Luego de comprometerme a profundizar en el tema para la siguiente clase, expliqué que un ceremonialista es en primer lugar una persona con sus defectos y virtudes, con dolores y pasiones, con alegrías y tristezas como el resto de la humanidad pero con un don especial: trabajar con y para otras personas.
Acaso, ¿no se nos ha enseñado en nuestra preparación profesional a ser buenos anfitriones? Quienes disfrutamos de la docencia ¿no transmitimos el mismo concepto? Vale decir que un ceremonialista es una persona educada en la virtud de la hospitalidad habiéndola adoptado como filosofía de vida.
Por otra parte, la hospitalidad en sí misma necesita de un cierto orden y concierto en su ejercicio: resulta de sentido común que dicho orden debe estar presente para poder así dar a cada persona recibida el lugar, la honra y el trato de acuerdo a su condición y también a sus necesidades.
Para proseguir en esta línea de pensamiento, no nos bastan las definiciones lingüísticas, ya que al buscar la palabra hospitalidad en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, éste especifica que “es una virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, prestándole la debida asistencia a sus necesidades”.
El concepto de hospitalidad para nuestra profesión, va mucho más allá de la escueta definición mencionada y abarca un sinfín de situaciones y personas que van desde aquel encumbrado personaje que debe ser recibido hasta aquel otro que se gana el pan asistiendo al anterior.
Queda dicho más arriba que el ejercicio de la virtud de la hospitalidad necesita de un cierto orden. De inmediato surgirán aquí reparos para algunos acerca del uso de esta pequeña y corta palabra. En efecto, “orden”, ¿pero qué orden? ¿Es acaso que lo bueno y lo bello ya está creado y toca al hombre no separarse de ellos, antes bien buscarlos con todo afán? ¿O será al hablar del orden que el mismo resulta de una convención, en el mejor de los casos resultado de algo que difusamente llamamos “cultura”, y que no es más que una estructuración jerárquica de un orden de valores arbitrario?
No es ésta la oportunidad ni el lugar apropiado para dirimir tales interrogantes, que por otra parte dividen a la humanidad desde hace muchos años.
Solamente es necesario convenir, con aquellos partidarios del Orden Natural, y también con aquellos que pregonan el orden como mero resultado de una cultura consensuada, que nuestra profesión necesita del mismo, se guía por él y en el ejercicio de la virtud de la hospitalidad hasta puede y debe compatibilizar distintos “órdenes” resultantes de otras tantas culturas.
Habiendo llegado a este punto, no está de más recordar qué es una virtud.
Por Edith Pardo San Martín, Especialista Universitaria en Protocolo y Ceremonial de Estado e Internacional egresada de la Universidad de Oviedo y la Escuela Diplomática del Ministerio de Asuntos Externos de España. Socia Gerente del Instituto Superior de Protocolo de la República Argentina
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