domingo, noviembre 12

Té nuestro de cada día


En la década de los 90, los cubanos nos aficionamos al té con una vehemencia tal que en algunos casos, era comparable a la de los asiáticos o los ingleses. En muchísimos centros de trabajo esta infusión –arbusto teáceo de hojas coriáceas y elípticas, flores blancas y fruto capsular oscuro-, desplazó al néctar negro difundido por los franceses en el oriente cubano a finales del Siglo de las Luces.

Obviamente, la preferencia por dicha bebida obedecía a que en los tiempos más crudos del período especial, devino sucedáneo por excelencia de nuestra predilecta tacita de café; pero en muchos paladares quedó anclada la costumbre de degustar el sano brebaje. Hasta hoy.

En la actualidad, el siempre enigmático Japón conserva con mayor celo la ceremonia del té, sobre la base de los estilos trasmitidos de generación en generación y con el objetivo de festejar la belleza de las estaciones, la longevidad del anfitrión o como simple homenaje a determinados huéspedes. Pero siempre, repito, de acuerdo con el ceremonial dispuesto.

MIRADA A LOS ORÍGENES

La ceremonia del té o Chanoyu fue introducida en el imperio celeste por sacerdotes budistas que habían visitado a China entre los años 710-784 y 794-1185, conocidos como los períodos Nara y Heian, respectivamente. A principios del siglo X decayó el protocolo, viniendo en su rescate otro sacerdote budista, Eisai (1141-1215), quien trajo consigo una nueva variedad de té en polvo denominada Matcha.

Así las cosas y mientras que un marino genovés creía haber llegado a las costas de Cipango y Catay navegando siempre al oeste, Murata Jukó fundaba un nuevo estilo que contrastaba sobremanera con los anteriores: el té Wabi, basado en la simplicidad y frugalidad, y que identifica a lo imperfecto como algo intrínsecamente hermoso.
No es hasta la irrupción de Sen No Rikyu que la ceremonia del té adquiere los rasgos y precisiones que todavía hoy lo caracterizan. Rikyu perfeccionó el estilo Wabi, cultivado por infinidad de sus seguidores más humildes, aunque se viera obligado a practicar el estilo Shoin entre los mandos militares, verbigracia la capa dominante. A la postre, las costumbres sencillas de Rikyu disgustaron a un alto jefe militar, Toyotomi Hideyoshi, quien lo forzó al suicidio ritual, el denominado harakiri.
Sin embargo, el estilo Rikyu perdura actualmente en las tres escuelas de té Senke conocidas: Urasenke, Omotesenke y Mushanokojisenke. Valga aclarar que las dos primeras reúnen a millones de adeptos en el industrializado Japón de hoy, aunque la Omotesenke solo está al alcance de la aristocracia.

¿VA USTED A TOMAR TÉ?
El ceremonial al estilo Wabi implica una serie de pasos obligados. Por ejemplo, en primer término los invitados entran en un salón de espera nombrado Machiaishitsu, separado prudencialmente de la casa de té. Aquí los presentes tienen ocasión de interpretar un pergamino con todo aquello que pueda resultarles placentero y todo lo que se espera de ellos. Entre el salón y la casa de té existe un típico jardín japonés, con sus áreas verdes, lagunatos y la clásica linterna de piedra. Este conjunto acondiciona el estado anímico para asimilar cabalmente los preceptos de la ceremonia, a saber: armonía, respeto, unidad y tranquilidad.

Antes de entrar a la cabaña de té –que en ocasiones semeja a una ermita montañesa- es obligatorio hacer abluciones. Solo entonces podrá acceder a gatas, como símbolo de humildad, a través de la Nijiriguchi o entrada en miniatura, y acto seguido admirar otro pergamino, percibir el silbido del vapor en la tetera, felicitar al anfitrión por el gusto demostrado en el acomodo de las cenizas del brasero y de las piezas de carbón, así como también por el arte con que ha preparado el servicio.
Tras degustar el tradicional Kaiseki –comida ligera y dulces o confituras-, comienza el acto fundamental del rito al estilo Wabi. El dueño toma en sus manos un paño o Fukusa y lo contempla; luego lo hace girar en sentido a las manecillas del reloj a la vez que dobla y desdobla cada uno de sus cuatros lados, acción denominada Yoho sabaki (símbolo de la meditación que hace el anfitrión hacia los cuatro rumbos, es decir, el mundo físico, las divinidades y almas idas, familiares y amigos y el reino de las relaciones espirituales. A continuación, seca con la Fukusa el recipiente de té y en una taza lo bate.

Una vez que los invitados degustan el primer sorbo, el patrono inquiere si les ha complacido el sabor de la infusión. Luego de la respuesta afirmativa del primer huésped, bebe dos sorbos y medio más, limpia el borde de la taza y lo pasa al segundo invitado, y así sucesivamente. Cumplida esta formalidad, el último convidado devuelve la taza al primero, quien debe admirarla si tenemos en cuenta que por lo general, son verdaderas piezas de museo.

UNA CONSIDERACIÓN FINAL
Conocedor de la filosofía oriental, y en especial de las artes japonesas, el suizo Herbert E. Plutschow escribió lo siguiente: "Los Iemoto (directores de las escuelas de té) del siglo XX han tratado de propagar el té; como resultado, hoy hay millones de personas que practican el arte. También, y debido a que los utensilios y casas de té son más y más caros de adquirir y construir, el té es, hasta cierto punto, el pasatiempo de los ricos… Este té de la clase alta ha perdido el propósito igualitario espiritual que prevalecía en los tiempos de Rikyu".

Si bien en Cuba no existe dicha ceremonia tan exquisita como artística, no es menos cierto que el acto de beber un vaso de la infusión es una suerte de paréntesis en la cotidiana tensión laboral, y momento obligado para conversar de diferentes tópicos.
Lo que nadie puede poner en duda es que este ceremonial a la criolla sí está al alcance de todos, y que en nuestro verde caimán jamás Sen No Rikyu se hubiera visto obligado a practicar el harakiri por su noble propósito de popularizar tan hermoso como legendario acto.
Fuente:Cuba en noticias

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