martes, agosto 1

Ver, oír y callar

Siempre están ahí, pero nunca se habla de ellos a pesar de que comparten mucho tiempo con las más importantes personalidades locales, estatales e internacionales. Son los conductores de vehículos oficiales, en ocasiones confidentes de sus propios pasajeros.

El coche es su segunda casa. En él pasan buena parte de su tiempo. La mayoría del día esperan pacientes la llegada de autoridades o personalidades públicas para trasladarlas a sus lugares de trabajo, devolverlas a sus domicilios, llevarlas a tiempo a una inauguración, a una toma de posesión o a un consejo de gobierno. Las horas trascurren en la soledad del asiento delantero del vehículo escuchando la radio o leyendo la prensa mientras sus pasajeros, en los despachos, deciden el futuro de los canarios. Se trata de funcionarios con coches de lujo en vez de oficinas, y con una jornada laboral mucho más fluctuante. Ataviados con sus uniformes azules sufren los atascos y padecen el calor, pendientes siempre del teléfono y de los retrasos de los jefes. Son los conductores de los organismos oficiales.

Los conductores de los altos cargos públicos son personajes anónimos que comparten muchas horas de carretera con importantes personalidades. Escuchan sus conversaciones, conocen sus manías y, cómo no, guardan sus secretos. El coche es un habitáculo muy pequeño donde suceden muchas cosas y se dicen otras tantas, y precisamente por ello la discreción es una de las claves del trabajo.

Indalecio Eugenio Domínguez Fernández-Lynch
, conductor oficial de la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno canario desde 1986, define su trabajo como "ver, oír y callar". Añade que "nuestra labor al volante nos exige ser apolíticos, porque en política todo cambia, y hoy trabajas con unas personas y mañana con otras".

Mientras, Juan Felipe Ruiz Martín, conductor de la Presidencia del Gobierno de Canarias desde 1980, asegura que "hay cosas que hubieras preferido mil veces no haber oído, pero ahí está la profesionalidad de cada uno, saber qué puedes o no debes comentar". Ha prestado servicio a todos los presidentes canarios, además de haber acompañado a varios ministros y al propio Alfonso Guerra cuando era vicepresidente del Gobierno. "Lo recogí en el aeropuerto del Sur y estuvo por aquí día y medio. Es una persona muy habladora, siempre comentando cosas", recuerda.

Juan confiesa que la confidencialidad es una característica indispensable de su trabajo y que "hay veces que escuchas algo y piensas: ¡Mi madre, Si esto se supiera!...".

Toribio Méndez Armas
, conductor oficial desde 1980, es en la actualidad el chófer del delegado del Gobierno en Canarias, José Segura Clavell. Posee una vasta experiencia como conductor y ha trasladado a personajes tan importantes como el Rey Juan Carlos; el presidente cubano, Fidel Castro; o el venezolano, Hugo Chávez.

Toribio ha tenido bastante contacto con la Casa Real española a lo largo de su trayectoria profesional, ya que no sólo ha traslado al monarca, sino también a la Reina y al Príncipe de Asturias. Comenta de ellos que son personas muy sencillas y amables, aunque es el Rey quien le despierta una mayor admiración. De él conserva un grato recuerdo. Lo describe como un hombre espontáneo y muy hablador que "siempre te saluda al subirse en el coche, y te estrecha la mano y te da las gracias al irse".

Recuerda que cuando ha llevado al Rey y la Reina juntos, el trato entre ellos ha sido muy normal, hablando uno con el otro. "Siempre llevas al ayudante delante contigo, pero normalmente te preguntan algo. Por ejemplo, cuando vinieron a San Andrés, por la riada. También por cuántos kilómetros quedan o cuánto falta", añade.

Toribio recuerda de forma especial una anécdota vivida con el presidente cubano a su llegada al hotel Bahía del Duque, en Adeje. Por un error de la Policía Local, el coche fue desviado hacia la playa de dicho hotel, aún en obras, y Fidel Castro tuvo que acceder a las instalaciones por la puerta trasera tras atravesar un terraplén de tierra y esquivar bloques de hormigón. Mientras, en la puerta principal, esperaban los periodistas, que contemplaban perplejos el espectáculo.

Los tres conductores que aparecen en este reportaje confiesan que no han llegado a odiar a ninguno de los políticos con los que han trabajado. Reconocen, además, que el trato con las autoridades canarias siempre ha sido de igual a igual, y que son muchas las experiencias vividas con ellas y las anécdotas compartidas. Coinciden en que sus pasajeros siempre les han dejado un recuerdo agradable, y hablan de ellos con cariño a pesar del paso del tiempo.


Juan, por ejemplo, guarda un grato recuerdo de los seis años que pasó con el primer presidente de Canarias, Jerónimo Saavedra, quien al final de su mandato le regaló un libro con una dedicatoria que reza "a mi amigo Juan por las veces que me ha llevado volando por la isla de Tenerife". Un caso similar es el de Toribio, que también conserva con gran cariño la caja de puros "Cohiba" que le regaló Fidel Castro, y los dólares que le dio en forma de agradecimiento.

Los tres aseguran que se sienten realizados con su profesión y que la conducción es su gran pasión. Son conscientes de que son responsables de la seguridad de sus pasajeros y de que tienen que estar preparados para responder ante cualquier situación de emergencia, como atentados o accidentes. "En Canarias hemos vivido quizás un poco más de espalda a lo que es la seguridad, porque pensamos que estamos muy lejos y nunca pasa nada. Hasta que pase", recalca Juan.


Los conductores oficiales cuentan con un formación especializada que han adquirido en la Península o en otros países, como Alemania, donde les enseñan, además de protocolo, métodos de conducción evasiva, entre ellos esquivar obstáculos a altas velocidades, hacer giros rápidos de cambios de sentido o conducir bajo las inclemencias meteorológicas. También se instruyen en el manejo de coches blindados, que pueden llegar a pesar hasta 3.500 kilos, e incluso para ser capaces de detectar bombas-lapa. Indalecio recuerda "que cuando el cargo no tiene escolta, el conductor se convierte en el primer vigilante del coche".

Toribio reconoce que los conductores no llevan ningún tipo de arma, ya que "el escolta es el escolta y el conductor, el conductor", aunque afirma que "ambos tenemos que estar muy bien organizados, porque entre el coche donde viaja la personalidad y el del escolta no debe haber otros vehículos. Yo llevo a la autoridad, y el escolta tiene que ir, o bien pegado delante, o bien pegado detrás, y nos comunicamos siempre por teléfono o por la emisora."


Juan entiende que "si no te gusta esto, tienes que irte. Aquí tienes la ventaja o desventaja de que sabes cuando empiezas, pero no cuándo acabas". Reconoce que conocer a gente más o menos importante es grato, aunque ello no vaya a propiciarle ningún logro económico.

Sobre el actual presidente, Adán Martín, dice que "es muy rutinario. A los 8:45 viene aquí, y siempre está aquí porque es un hombre con una capacidad de trabajo impresionante. Continuamente decimos que firmaríamos para irnos a las 11 de la noche".


Asegura que el trato con Martín, "igual que con los demás, muy bien. Es como en la mili: el general trata mejor a los soldados que los cabos y los sargentos".


Tanto Indalecio como Juan reconocen que están siempre pendientes del teléfono, aunque "gracias a él nos ahorramos mucho tiempo y kilómetros", señala el primero, mientras que el conductor de Presidencia opina que "con los móviles estás más localizado, pero tienes más tiempo libre porque te avisan de un retraso y puedes ir a tu casa. Así no tienes que estar esperando por un vuelo".

Pese a su formación, los conductores oficiales se juegan la vida cada día en las carreteras. Por ejemplo, Juan sufrió hace unos años un accidente que casi le cuesta la vida. Volvía del Sur, de dejar al presidente Adán Martín, y se encontró, circulando por su carril, a un vehículo en dirección contraria. Salió ileso del percance tras esquivarlo, a pesar de que su coche hizo tres trompos y frenó contra la mediana.


Los conductores reconocen que en ocasiones, por las características de su trabajo, tienen que sobrepasar la velocidad permitida para llegar a tiempo, por ejemplo a coger un barco o un avión, y ello a pesar de que hay autoridades a las que no les gusta demasiado correr. Juan recuerda que "don Román Rodríguez no era muy amante de la velocidad, pero con otros mandatarios he alcanzado velocidades superiores a los 200 kilómetros por hora".

El endurecimiento de las sanciones y el nuevo carné por puntos, que les afecta igual que al resto de los conductores, les ha hecho tomar conciencia de que no pueden jugarse el permiso de conducir, su principal herramienta de trabajo.


Toribio reconoce que no van por ahí saltándose los semáforos ni las señales de "stop", ya que las multas las tienen que pagar ellos mismos.

En general, los conductores oficiales piensan que el resto de ciudadanos tienen de ellos una percepción buena. Sin embargo, reconocen que a veces el colectivo puede dar mala imagen, sobre todo cuando se ven obligados a aparcar en doble fila, subirse a la acera u obstaculizar un paso de cebra. Intentan evitar este tipo de situaciones, aseguran, aunque la mayoría de las veces no depende de ellos.

Recuerdan, por ejemplo, la antigua situación del Parlamento, cuando los coches oficiales colapsaban toda la calle al celebrarse cualquier evento. "Ahora tienes que dejar a la autoridad, irte y recogerla cuando se termine el acto", que es lo más correcto, según Indalecio. Juan, por su parte, dice que "está muy feo que sanciones a todos los coches que están en una misma calle infringiendo las normas y al tuyo no por ser un coche oficial", pero advierte de que eso ocurre muy pocas veces.
Fuente:Canarias Hoy

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