La convocatoria de un sínodo de la Iglesia asturiana en 2008 constituye una excelente noticia, asegurando, desde ya, el éxito en la celebración de algunas de las convergentes efemérides de la cita, al menos aquellas que tienen que ver con los aniversarios de las cruces de la Cámara Santa.
Que la identidad asturiana va a forjarse en la Edad Media en torno a las reliquias y cruces de San Salvador de Oviedo es afirmación del profesor J. I. Ruiz de la Peña que muy pocos medievalistas se atreverían a discutir. Actualmente, el artículo 3 del Estatuto de Autonomía del Principado de Asturias (bandera del Principado) y la ley 2/1984 del Principado de Asturias, de 27 de abril (escudo del Principado), vienen a confirmar la vigencia jurídico-política de la Cruz de la Victoria, ya oficialmente definida en tiempos de Fernando VII para la última etapa de la Junta General, heráldica que fue heredada por la Diputación Provincial.
Arqueológicamente, hay confirmación epigráfica del escudo en el que debió hallarse en la fortaleza ovetense de Alfonso III -hoy en el MAP-, o en San Martín de Salas, como dos buenos y venerables ejemplos.Si la Cruz de la Victoria es desde el principio inicio de Asturias (alfa), también desde el comienzo es su fin teleológico (omega), razón esta última para llamar al pueblo asturiano a un modelo de asamblea con hondos fundamentos en el cristianismo laico (de laós, pueblo) y carismático del tiempo de las persecuciones, como nos han transmitido testimonios antiguos de Eusebio de Cesarea o Hipólito Romano.
Aprovechemos entonces la oportunidad que nos brinda este peculiar cumpleaños para procurar una mayor comunión entre los hermanos y hermanas (objeto principal de todo sínodo), para lo que vale la reflexión sincera sobre el propio mensaje de la Cruz. Digo esto porque hoy los cristianos asistimos a la proliferación de doctrinas que, pretendiéndose fundadas en Cristo, presentan velada, parcial o manipuladamente las verdades de nuestra fe.
En el momento supremo de su destino, es de recordar tanto que Jesús rechazó aceptar los cargos «políticos» -únicos que podía imputarle la autoridad romana-, como que, de haber admitido ser hijo de Dios en forma figurada o metafórica -como lo era todo el pueblo de Israel-, no habría sido acusado de blasfemia por el Sanedrín. Jesús es, en el momento de la suprema verdad, el Cristo de la Sacramental -esa fiesta principal tan presente y arraigada en la geografía asturiana-, aunque tal confesión nos aleje teológicamente de la unidad con protestantes, judíos y musulmanes, mientras que impide limitar nuestra vivencia de creyentes a un mero cristianismo político y social.Jesús es la manifestación de Dios en la historia para justificar la cultura. Sin su dimensión eucarística conocer es poder, como diría Focault, pero no salvación. La cultura que vivimos los cristianos no puede ser oportunista ni ajena a este mensaje, por eso tampoco sirve un cristianismo privado, de puertas adentro.
El comportamiento político y social de los cristianos ha de exhibir públicamente las enseñanzas de los Evangelios, que debemos proponer -no imponer- a los no creyentes desde la predicación y el ejemplo: la imitación de Cristo. Si una antropología del conocimiento ha de abordarse desde esa triple perspectiva: conocimientos, media y organización social (F. Barth), la noción de cultura, para un cristiano, tiene que estar siempre condicionada por la trascendencia escatológica del mensaje que nos transmite la Cruz de la Victoria (principio y fin de la historia, alfa y omega de la cultura).
Son los tiempos los que deben adaptarse, no la Iglesia. El arzobispo nos invita a reflexionar sobre este mensaje en esta especial fecha, ¡que la Iglesia asturiana ayude a dar buenos frutos de conversión!
Fuente: La Nueva España
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