DE este diario que la editorial MR ha puesto de nuevo en circulante vía he cosechado un buen puñado de intuiciones ciertas y un manojo de certezas ya intuidas.
La obra se titula «Adolfo Suárez», en letras altas; y en pequeñito, al abrigo de tan egregio nombre y como si fuera una alegoría inconsciente del papel que el autor, Javier González de Vega, desempeñó en aquella cohorte aparentemente ingenua, se añade un esclarecedor: «España 1976-1977. El año milagroso». Hace cuenta González de la Vega, en este libro de memorias precisas, del año que vivió peligrosamente junto a su adorado Adolfo Suárez (Alejandro, como suele llamarlo él, por asimilación al Magno). Desde el 22 de julio del 76 hasta el 16 de noviembre del año siguiente, el autor ejerció de improvisado Jefe de Protocolo, primero en las dependencias de Castellana 3, y más tarde en La Moncloa, «ese palacio dedicado a la recepción de dictadores sudamericanos», apunta una de las veces. A eso le llamo yo tener visión de futuro, y no a lo de Rappel.
El libro es de un atractivo evidente por cuanto nos permite practicarle un cateterismo al corazón de aquella época de cambios y a las arterias de aquellos meses de transición y traslación que movieron a España de un régimen de dictadura a una democracia churrigueresca y «sui generis». A lo largo de casi cuatrocientas páginas aparecen retratados muchos de los figurantes que entonces eran y estaban, y otros cuantos de los que eran, estaban y aún están. ¡Y es que hay que ver cómo se conservan algunos! Me pregunto si Martín Villa estará quizá en posesión de algún bálsamo de Fierabrás o de alguna pócima de la eterna... «juventud» sería mucho decir, ¿no?
En sus notas, recogidas tras la jornada de trabajo, transmite González de Vega de primera mano, a vuela pluma y con el corazón chorreándole tinta, sus emociones, sus vivencias y sus impresiones sobre los más variados personajes -algunas muy jugosas, por cierto-. Y con ellas, como buen experto en arte, nos pergeña un cuadro preciso de lo que se cocinaba en los fuegos patrios de la incipiente España finisecular.
Así, por las entretelas de su particular sanguina transitan personajes como la bellísima, trágica y altiva Carmen Díez de Rivera, de efímero paso, el «cuñadísimo» Lito, el viejo Tierno (que Dios tenga en la Gloria merecida), González, Pujol, Fraga, el Rey y su amigo Miguel Primo de Rivera, el no Rey don Juan, el valiente y leal «Guti» y un sinfín de azarosos de la vida política de aquello que habíamos coincidido en llamar «La Transición Española».
Pero quizá, lo más sorprendente de este libro singular sea que, en muchos momentos, el texto parece más un texto de futuro y esperanza que unos apuntes del pasado, a tenor de la involución que en muchos aspectos está sufriendo este país nuestro que ha trocado la charanga y la pandereta por la charada y la cuchufleta. Sin embargo, no teman, hay cosas que por fortuna siguen siendo igual, sin evolución ni involución que valga. Y si no me creen, lean este párrafo que he extractado del libro:
Miércoles 26 de enero de 1977. «A media mañana se ha presentado una «comisión»: Tamames, Adolfo Marsillach, Ana Belén y ¡Conchita Velasco! (qué recorrido, de ser la amiga de José Luis Sáenz de Heredia, director de «Raza», la película de Franco, a «musa» comunista). Querían dar una carta al Presidente y que les viesen los periodistas y fotógrafos. Lito, por evitar males mayores, les ha recibido. Han estado agresivos y amenazadores. ¡Joder, qué tropa!». Como ven, España no es diferente, España sigue siendo igual. Y algunos ni se enteran.
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