lunes, octubre 16

"Los tres últimos alcaldes de Málaga han luchado mucho por la ciudad".Rafael Illa jefe de protocolo del ayuntamiento


El despacho de Rafael Illa (Lisboa, 1952) en el Ayuntamiento de Málaga es como una buhardilla de aspecto inacabado. Las metopas de los barcos que han recalado en Málaga y unas cuantas fotos y recortes de periódicos decoran esta estancia en la que el jefe de Protocolo casi no para quieto. Este funcionario de trato afable y mirada curiosa se enfrenta cada día a maratonianas jornadas de trabajo que no le restan ni un ápice de cortesía.

–Acláreme algo, ¿su mayor o menor carga de trabajo depende de la actividad del alcalde de turno?
–En parte, sí. Luego hay otros apartados, como la atención al ciudadano o las consultas. Pero no hay que olvidarse de que yo soy jefe de Protocolo del Ayuntamiento, no del alcalde; es un matiz que siempre hago.

–Pedro Aparicio, Celia Villalobos, Francisco de la Torre, ¿con cuál se ha sentido más a gusto?
–Siempre me he sentido bien; si no, no hubiera seguido. He recibido ofertas de fuera y no te digo que no me lo he pensado porque ésta es una vida difícil, pero ¿contestarte con quien me he sentido más a gusto? Pues quizá con el que he estado más tiempo, con Pedro Aparicio.

–¿Y qué destacaría de cada uno?
–De lo tres, el trabajo. Yo creo que los tres se han sentido identificados con la ciudad. Por un lado les era muy gratificante ser alcalde, que es uno de los cargos más cercanos a la ciudadanía. No es por quedar bien, pero con tres caracteres diferentes y tres formas de trabajar totalmente distintas, yo creo que los tres han luchado mucho por la ciudad y los tres son merecedores de elogio. Imagino que también de críticas.

–¿Qué destacaría de Aparicio?
–Su sensibilidad, es un persona muy culta... La entrega. [Medita]. Yo creo que la sensibilidad.

–¿De Villalobos?
–Su lucha, su persistencia.

–¿Y de este alcalde?
–También la entrega al trabajo y la persistencia. Nunca abandona.

–Me han contado que está usted implicado en causas de carácter cultural y humanitario.
–Tengo poco tiempo, pero tengo una segunda vida en la que me dedico a cosas no ajenas, porque en el fondo están vinculadas, como el problema del Sahara. He estado allí dos veces ya, una por encargo de Celia Villalobos y la otra a nivel personal. Con Cáritas también he colaborado algunas Navidades.

–Son causas que, imagino, reflejan sus inquietudes, ¿cuáles son?
–Del mundo me preocupa la incertidumbre, la persistencia del ser humano por vivir sólo el presente, olvidarse del pasado y renegar un poco del futuro. Eso lo definía muy bien el autor de El suicidio, Emile Durkheim: la situación de anomia.

Lógicamente, me preocupa la violencia, que ya se apodera incluso del mundo infantil. Yo hablo con mis hijas y ellas me dicen '¿cómo es que a ti tus compañeros te dejaban los apuntes cuando faltabas un día a la facultad?'. Ahora no solamente no se prestan los apuntes, sino que se venden. La gente ha perdido el sentido del humor y el sentido común. Y una cosa importantísima, la cortesía y la educación. Y luego están el hambre y las guerras.

–Su puesto le da una visión privilegiada de los proyectos de Málaga, ¿cuál ve más importante?
–El Puerto. Hemos vivido muchos años de espaldas al mar y tenemos una zona portuaria con un gran potencial y capacidad para hacer algo impresionante. Lisboa, la ciudad donde nací, es para mí un modelo de ciudad en muchos aspectos y sobre todo en eso: en cómo han transformado los silos en restaurantes, en tiendas de alto nivel, en talleres. También destacaría la actuación que se está haciendo en el Parque. Cuando llegué a Málaga en 1987 esto no tenía nada que ver con lo de ahora. Era una ciudad donde no existía absolutamente nada, ni infraestructuras, ni mobiliario. Pero la gente tiene poca memoria y no se acuerda de aquello. A veces dicen 'es que Pedro Aparicio no hizo nada' y se olvidan de cómo se encontró la ciudad: sin asfaltar, sin terminar de poner los desagües... Entonces, yo creo que hay que analizar cada periodo de cada alcalde en su contexto histórico para ser consecuentes.

–Ese proyecto del Puerto ha sido un ejemplo de disputa política, como el del Metro, ¿los políticos de ahora dan la talla?
–¿Qué si dan la talla? Unos sí y otros no. Lo importante es el consenso. Yo creo que todos ellos son conscientes de que tienen que buscar el bien colectivo, lo que pasa es que luego dan prioridad a la política de partido y el ciudadano sufre las consecuencias. Este gabinete se llama de Relaciones Públicas y Relaciones Institucionales y tratamos de hacer pequeños esfuerzos para que los políticos se lleven lo mejor posible. Unas veces lo conseguimos y otras veces no.

–¿Ha cambiado el nivel del debate político de unos años acá?
–Ha cambiado, ha cambiado.

–¿Para mejor o para peor?
–[Medita] En todas las corporaciones ha habido buenos oradores.

–¿A qué político echa de menos?
–Me hubiera gustado ver a los tres alcaldes juntos. Es decir, que hubieran coincidido Aparicio, Villalobos y De la Torre en una misma corporación. Yo soy una persona muy utópica, ¿eh? Pero ha habido grandes oradores, como Eduardo Martín Toval, y había gente con mucha chispa. Permíteme que cumpla una de las reglas del protocolo: hay que ser prudente y discreto, aunque es verdad que los años van menoscabando esas virtudes.

–¿Cuesta mucho lo de callar?
–Cuesta, porque... No, costar no, porque si tú eres discreto y prudente, no cuesta. A veces sientes la necesidad de pronunciarte sobre algunas cosas. Y te tienes que callar. Yo no sé si esto viene en tu guión, pero me gustaría que de una vez por todas se cumpliera el protocolo. Estoy incluso tentado de preparar un manual para los alcaldes y los cargos electos del Ayuntamiento para que entendieran de una vez por todas lo que es, cómo facilita el que un acto se desarrolle con normalidad, sin caos. Te pongo un ejemplo: imagina un acto de 500 ó 600 personas y ¿qué haces? ¿Abres la puerta y dices pasen todos? Es importante que los cargos se ubiquen donde corresponde y el orden de las intervenciones no es un capricho, responde a una lógica. Estoy por hacer jornadas de puertas abiertas para explicar lo que se hace en este gabinete.

–Los actos masivos y en los que los intervinientes están todos de pie deben ser un lío, ¿no?
–Estoy por utilizar una técnica americana que se usa en la Casablanca y el Capitolio, que es la de situar el nombre de las diferentes personas que están en la presidencia en el suelo, con pegatinas. Pero vivimos en una cultura latina y no me gustaría tener que llegar a ese extremo.

–¿Su puesto le permite opinar de algún modo sobre lo que hacen el alcalde o los concejales?
–Yo no debo opinar. No debo cruzar nunca el umbral de la política y debo situarme en el mundo de los técnicos, de los profesionales.

–¿Han tratado de utilizarle alguna vez para sacar información usando la amistad como llave?
–No. No pasarían de la primera palabra. No me gusta cruzar el umbral, ni ir en ninguna lista, ni convertirme en político.

–¿Le han ofrecido ir en una lista?
–Sí. Pero eso es normal. Lo sabe mucha gente.

–¿Se lo pensó o lo vio claro?
–Lo he visto claro. Mi mundo es este y no voy a cambiar.

–Veinte años deben dar para muchas anécdotas. Cuénteme unas pocas, por favor.
–No sé qué puedo contar. [Medita] Por ejemplo, como altera un acto algo que hace un monarca. En un cronograma de un almuerzo incluido en una visita del Rey siempre hay un orden. Lo habitual es que los Reyes lleguen a su mesa cuando ya están los invitados y que mientras llegan, se vayan sirviendo unos vinos. Así ocurrió en un almuerzo que se celebró en el Miramar. Me acuerdo que con el talante y sentido del humor que caracterizan a su Majestad pidió el menú al llegar y ahí, lógicamente, figuraba el vino que se había dado ya a los invitados y entonces dijo, 'éste no lo he probado'. Tuvo mucha gracia. Otra anécdota es la de las flores. En uno de los actos de Pedro Aparicio le tocó acompañar a Francisco Flores para recibir a Maya Plisetskaya, la bailarina rusa. Era domingo y entonces no existía Interflora ni había floristerías abiertas. Estaba la alternativa del cementerio, pero allí no iba a haber flores adecuadas. Al final fuimos al propio Parque de Málaga a cortar las flores. He pedido mil veces perdón.

–Ha conocido a muchas personalidades, de todos los ámbitos, ¿cuáles le han impactado más?
–En el ámbito político, Enma Bonino por su talante, los Reyes, la Familia Real. [Medita]. Juan Hoffman, el cónsul de Alemania; la cantante Renata Escotto; Montserrat Caballé; Robert de Niro. También destacaría a José Saramago, con el que tengo una buena amistad. Paul Simon, María de Medeiros, Rafael Pérez Estrada...

–¿Su peor momento en el Ayuntamiento de Málaga?
–Mi peor momento siempre son las transiciones entre alcaldes. Pero también recuerdo el día en que Pedro Aparicio dejó la Alcaldía, justo tras la toma de posesión de Celia Villalobos en el Pleno. Bajaba por la escalera, yo le acompañaba, y fuera le esperaban un grupo de sindicalistas para insultarle. Aquello fue muy triste. Por supuesto también me viene a la mente el trágico fallecimiento de José María Martín Carpena.

–¿Y el mejor?
– Yo siempre explico que en Málaga hay una sociedad circular que gira en torno al Palacio Municipal, que casi siempre son los mismos, y que luego están los de fuera. Y cuando alguien se incorpora desde fuera es una novedad y las novedades siempre me entusiasman. A mí me interesan las personas, las relaciones humanas.

–¿Dónde acaba el jefe de Protocolo y dónde empieza Rafael?
–Pues depende del día. A veces acabas a las once de la noche, otras de madrugada y otras a las tres de la tarde. Entonces es cuando soy yo, cuando empiezas a hacer las cosas que te gustan.
Fuente:Málaga Hoy

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